Había una vez dos hermanos. El mayor se llamaba Nolbu y era codicioso y egoísta. El menor se llamaba Heungbu y era muy bueno, pero algo tonto y perezoso. Un día el padre, que estaba gravemente enfermo, llamó a los hermanos a su lecho de muerte y les hizo prometer que se repartirían equitativamente la herencia y que se cuidarían mutuamente. Sin embargo, apenas terminó el funeral, Nolbu se quedó con todos las tierras y bienes y echó a Heungbu y a su numerosa familia a la calle. Heungbu, que no sabía hacer nada, vivía de lo poco que ganaba alquilando su persona para recibir golpes que estaban destinados a otros, por lo que volvía siempre magullado y lleno de moretones a su mísera choza, donde lo esperaban su mujer y sus diez hijos hambrientos. Un día hasta perdió este trabajo, porque otro comenzó a ofrecerse a menor precio. Como su familia se moría de hambre, se armó de valor y fue a ver a su hermano Nolbu, pero éste lo echó sin miramientos. Atraído por el olor a arroz recién hecho, fue a la cocina y le suplicó a su cuñada que le diera algo de comer para sus pobres hijos, pero la cuñada, que era tan mala como su marido, le dio un sonoro golpe en la mejilla con la paleta con que estaba removiendo el arroz. Heung-bu se metió rápidamente en la boca los granos de arroz caliente que se le habían quedado pegados y pidió a su cuñada que le volviera a pegar en la otra mejilla. En su lugar, la cuñada lo echó de la cocina persiguiéndolo con el atizador.
Un día que Heungbu dormía para olvidarse del hambre, se despertó por el alboroto que armaban sus hijos en el patio. Cuando salió a ver, una gruesa serpiente amenazaba con devorarse los pichones del nido de golondrinas que había debajo del alero. Heungbu no sólo mató a la serpiente sino que también vendó amorosamente la pata rota de uno de los pichones, que se había caído al suelo del susto. Cuando llegó el invierno, las golondrinas emigraron al sur. Al año siguiente en la primavera, la golondrina a la que le había curado la pata le trajo a Heungbu una pequeña semilla de calabaza en señal de agradecimiento. Heungbu sembró la semilla y a fines del verano, la planta había crecido tanto que sus hojas cubrían el techo y enormes calabazas amarillas pendían de sus ramas. Heungbu se alegró pensando que con ellas podría alimentar a su familia. Cuando abrió la primera calabaza con la ayuda de una sierra, miles de brillantes monedas de oro cayeron al suelo. Al abrir la segunda calabaza, piedras preciosas de todos los colores se desparramaron por el patio. Cuando se apresuraron a abrir las otras calabazas, encontraron ropas de seda, porcelanas, muebles de madera fina y hasta una casa grande y lujosa como un palacio. Heungbu, su mujer y su numerosa prole saltaron, bailaron y hasta lloraron de alegría. A partir de ese día memorable, Heungbu se convirtió en la persona más rica de toda la comarca.
Cuando las noticias del increíble suceso llegaron a oídos de Nolbu, éste salió corriendo a comprobarlo con sus propios ojos. Cuando vio la casa de Heungbu y toda la riqueza que en ella había, se le revolvió el estómago de la envidia. “¡Deberías compartir algo de todo esto con tu hermano mayor!”, le dijo y cogió un hermoso mueble laqueado lleno de joyas y se lo llevó a su casa. Cuando llegó, fue directo al patio, cogió un pichón del nido de golondrinas y sin pensarlo dos veces, le retorció la pata al pobre animal. A continuación, se la vendó con cuidado y volvió a colocarlo en el nido, diciéndole: “No te olvides de agradecérmelo”. En efecto, en la primavera siguiente la golondrina curada le trajo una semilla de calabaza. Feliz y contento, Nolbu la sembró y esperó impaciente a que crecieran las calabazas. Cuando éstas alcanzaron al poco tiempo un tamaño realmente impresionante, Nolbu abrió con mucho trabajo la primera calabaza. ¿Cuál sería su sorpresa cuando una tonelada de caca maloliente inundó el patio? Sin poder creerlo, abrió sucesivamente las demás calabazas, de las que salieron toda clase de porquerías inimaginables. De la última de ellas, salió un demonio que hizo desaparecer, en un abrir y cerrar de ojos, su casa y todo lo que poseía, hasta sus ropas. Desnudos y hambrientos, Nolbu y su mujer e hijos se dirigieron a la casa de Heungbu. Con lágrimas en los ojos, Nolbu le pidió perdón a su hermano y le rogó que le diera algo con qué comer y vestirse. Viendo que Nolbu estaba sinceramente arrepentido, Heungbu abrazó a su hermano mayor y lo acogió en su enorme casa, compartiendo con él y su familia todas sus riquezas.
Un día que Heungbu dormía para olvidarse del hambre, se despertó por el alboroto que armaban sus hijos en el patio. Cuando salió a ver, una gruesa serpiente amenazaba con devorarse los pichones del nido de golondrinas que había debajo del alero. Heungbu no sólo mató a la serpiente sino que también vendó amorosamente la pata rota de uno de los pichones, que se había caído al suelo del susto. Cuando llegó el invierno, las golondrinas emigraron al sur. Al año siguiente en la primavera, la golondrina a la que le había curado la pata le trajo a Heungbu una pequeña semilla de calabaza en señal de agradecimiento. Heungbu sembró la semilla y a fines del verano, la planta había crecido tanto que sus hojas cubrían el techo y enormes calabazas amarillas pendían de sus ramas. Heungbu se alegró pensando que con ellas podría alimentar a su familia. Cuando abrió la primera calabaza con la ayuda de una sierra, miles de brillantes monedas de oro cayeron al suelo. Al abrir la segunda calabaza, piedras preciosas de todos los colores se desparramaron por el patio. Cuando se apresuraron a abrir las otras calabazas, encontraron ropas de seda, porcelanas, muebles de madera fina y hasta una casa grande y lujosa como un palacio. Heungbu, su mujer y su numerosa prole saltaron, bailaron y hasta lloraron de alegría. A partir de ese día memorable, Heungbu se convirtió en la persona más rica de toda la comarca.
Cuando las noticias del increíble suceso llegaron a oídos de Nolbu, éste salió corriendo a comprobarlo con sus propios ojos. Cuando vio la casa de Heungbu y toda la riqueza que en ella había, se le revolvió el estómago de la envidia. “¡Deberías compartir algo de todo esto con tu hermano mayor!”, le dijo y cogió un hermoso mueble laqueado lleno de joyas y se lo llevó a su casa. Cuando llegó, fue directo al patio, cogió un pichón del nido de golondrinas y sin pensarlo dos veces, le retorció la pata al pobre animal. A continuación, se la vendó con cuidado y volvió a colocarlo en el nido, diciéndole: “No te olvides de agradecérmelo”. En efecto, en la primavera siguiente la golondrina curada le trajo una semilla de calabaza. Feliz y contento, Nolbu la sembró y esperó impaciente a que crecieran las calabazas. Cuando éstas alcanzaron al poco tiempo un tamaño realmente impresionante, Nolbu abrió con mucho trabajo la primera calabaza. ¿Cuál sería su sorpresa cuando una tonelada de caca maloliente inundó el patio? Sin poder creerlo, abrió sucesivamente las demás calabazas, de las que salieron toda clase de porquerías inimaginables. De la última de ellas, salió un demonio que hizo desaparecer, en un abrir y cerrar de ojos, su casa y todo lo que poseía, hasta sus ropas. Desnudos y hambrientos, Nolbu y su mujer e hijos se dirigieron a la casa de Heungbu. Con lágrimas en los ojos, Nolbu le pidió perdón a su hermano y le rogó que le diera algo con qué comer y vestirse. Viendo que Nolbu estaba sinceramente arrepentido, Heungbu abrazó a su hermano mayor y lo acogió en su enorme casa, compartiendo con él y su familia todas sus riquezas.
Fuente KBS WORLD
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