Una tumba infantil en Kalmoi
No llegaba al año
y no tenía nombre.
Vino a este mundo,
respiró unas pocas veces, y luego se fue
sin inscribirse en el registro familiar.
Su madre no derramó lágrimas
ni hubo lamentos.
Eran tiempos de hambruna,
un perro husmeaba cerca de su tumba;
excarbó la tierra,
se comió lo que estaba enterrado y enloqueció.
Aquel perro loco mordió a dos personas.
Ese niño,
ese niño que no tenía ni siquiera un nombre,
vino a este mundo
y todo lo que hizo fue
enloquecer a un perro.
Alguien de Mijei sacrificó al perro loco.
Poemas de Diez mil vidas, de Ko Un.
No llegaba al año
y no tenía nombre.
Vino a este mundo,
respiró unas pocas veces, y luego se fue
sin inscribirse en el registro familiar.
Su madre no derramó lágrimas
ni hubo lamentos.
Eran tiempos de hambruna,
un perro husmeaba cerca de su tumba;
excarbó la tierra,
se comió lo que estaba enterrado y enloqueció.
Aquel perro loco mordió a dos personas.
Ese niño,
ese niño que no tenía ni siquiera un nombre,
vino a este mundo
y todo lo que hizo fue
enloquecer a un perro.
Alguien de Mijei sacrificó al perro loco.
Poemas de Diez mil vidas, de Ko Un.
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