Había una vez dos niños llamados Keobugui y Chadori, es decir, Tortuga y Piedra. ¿Que cómo podían los padres ponerle unos nombres tan raros y feos a sus hijos? Es que en el pasado, cuando no existían las vacunas, era común que muchos niños se muriesen antes de que se hiciesen grandes. Los padres, para proteger a sus hijos de los males que les podían acontecer, les ponían sobrenombres de cosas corrientes y vulgares para que no llamaran la atención de los demonios envidiosos. Un sobrenombre infantil muy frecuente era, por ejemplo, “Caca de perro”, que se les ponía a los hijos varones más preciados, incluso a los príncipes de la realeza. Es fácil, entonces, imaginar porqué nuestros amiguitos se llamaban Tortuga y Piedra: el uno, para que tuviera una vida larga como la tortuga; y el otro para que sea sólido y resistente a todos los avatares como una piedra. Como sea, estos dos niños eran muy amigos y compartían no sólo juegos sino todo lo que tenían. Un día, el padre de Tortuga contrajo una enfermedad repentina y desconocida que lo llevó a la muerte en sólo cuestión de días. La madre de Tortuga, por su parte, no pudo sobreponerse a la la pérdida de su marido y se murió de tristeza al cabo de unos meses. Así pues, Tortuga se encontró, de un día para otro, huérfano y completamente solo en este mundo, pues no tenía hermanos. Como era demasiado pequeño para labrar la tierra, tuvo que pedir limosna para poder comer. Por supuesto, Piedra no se quedó de brazos cruzados ante las desgracias de su amigo. Pensando en cómo podría hacer para que Tortuga se fuera a vivir a su casa, se le ocurrió esconder unas cucharas y palillos de plata que su padre apreciaba como un gran tesoro. Cuando el padre descubrió que habían desaparecido, puso patas arriba la casa buscándolas, como era de esperarse. En ese punto, Tortuga le dijo a su padre: “Mi amigo Tortuga tiene el poder especial de encontrar los objetos desaparecidos. Si me prometes que lo dejarás que viva con nosotros, le pediré que encuentre tus cucharas de plata”. El padre aceptó y Tortuga encontró las cucharas gracias a su amigo Piedra, que le indicó que las había escondido bajo una teja del techo. Así Tortuga se vino a vivir a la casa de su amigo Piedra y ya no tuvo que pedir limosna.
Aquí acabaría la historia sino fuera porque la fama del raro talento de Tortuga de encontrar los objetos perdidos llegó hasta los oídos del rey. Justamente en esos días había un gran revuelo en el palacio porque había desaparecido el sello real y el monarca no podía dar salida a sus decretos. Como es natural, el rey llamó a la corte a Tortuga y le pidió que encontrara su sello. Tortuga intentó decirle que su fama era falsa, pero el rey no sólo no lo escuchó sino que le ordenó que hallara su sello al cabo de diez días de plazo si no quería sufrir la pena de muerte. Tortuga pasó nueve días enteros encerrado en el cuarto que le habían asignado. En la última noche, soplaba un viento muy frío y la puerta se estremecía toda. Pensando que al día siguiente moriría, se puso triste y dijo en voz alta: “Puerta, ¿por qué estás temblando tú?” ¡Qué susto cuando escuchó que una voz le contestaba!: “¡Apiádate de mí! Tienes razón, yo robé el sello del rey, pero enseguida me arrepentí y lo tiré al estanque del palacio.” En efecto, el nombre del ladrón era “puerta” y temeroso de que el niño lo descubriera, había estado rondando su habitación cuando escuchó que Tortuga lo llamaba por su nombre. Al día siguiente, Tortuga le dijo al rey que el sello se encontraba en el estanque, sin mencionar al culpable. El rey no sólo le agradeció efusivamente sino que lo despidió del palacio con grandes regalos.
Pero aquí no terminaron las aventuras de Tortuga. En el camino de vuelta a su casa, mientras iba cubierto de ricos presentes, fue asaltado por una banda de fieros ladrones. El de rostro más feo y cruel de todos, que parecía el jefe, le mostró una caja y le dijo: “Dicen que lo adivinas todo. Dime exactamente lo que hay dentro. Si no lo haces, te juro que te haré picadillo.” Viéndose así rodeado de feroces maleantes, Tortuga pensó en que la causa de todas sus dificultades era nada menos que su amigo Piedra, al que se le había ocurrido la idea de convertirlo en un niño con dotes especiales. Así, lanzó un suspiro y se dijo a sí mismo en voz alta: “Por culpa de esa Piedra morirá esta Tortuga”. Los ladrones lanzaron al unísono una exclamación de asombro, pues en la caja había precisamente una piedra que estaba aplastando a una tortuga con su peso. Admirados del prodigioso niño, los ladrones dejaron que Tortuga marchara su camino sin tocarle un pelo. ¿Que si Tortuga llegó sano y salvo a casa de su amigo Piedra? Claro que sí. Sin más desgracias ni sobresaltos, Tortuga y Piedra crecieron felices y vivieron tranquilos el resto de sus vidas.
Aquí acabaría la historia sino fuera porque la fama del raro talento de Tortuga de encontrar los objetos perdidos llegó hasta los oídos del rey. Justamente en esos días había un gran revuelo en el palacio porque había desaparecido el sello real y el monarca no podía dar salida a sus decretos. Como es natural, el rey llamó a la corte a Tortuga y le pidió que encontrara su sello. Tortuga intentó decirle que su fama era falsa, pero el rey no sólo no lo escuchó sino que le ordenó que hallara su sello al cabo de diez días de plazo si no quería sufrir la pena de muerte. Tortuga pasó nueve días enteros encerrado en el cuarto que le habían asignado. En la última noche, soplaba un viento muy frío y la puerta se estremecía toda. Pensando que al día siguiente moriría, se puso triste y dijo en voz alta: “Puerta, ¿por qué estás temblando tú?” ¡Qué susto cuando escuchó que una voz le contestaba!: “¡Apiádate de mí! Tienes razón, yo robé el sello del rey, pero enseguida me arrepentí y lo tiré al estanque del palacio.” En efecto, el nombre del ladrón era “puerta” y temeroso de que el niño lo descubriera, había estado rondando su habitación cuando escuchó que Tortuga lo llamaba por su nombre. Al día siguiente, Tortuga le dijo al rey que el sello se encontraba en el estanque, sin mencionar al culpable. El rey no sólo le agradeció efusivamente sino que lo despidió del palacio con grandes regalos.
Pero aquí no terminaron las aventuras de Tortuga. En el camino de vuelta a su casa, mientras iba cubierto de ricos presentes, fue asaltado por una banda de fieros ladrones. El de rostro más feo y cruel de todos, que parecía el jefe, le mostró una caja y le dijo: “Dicen que lo adivinas todo. Dime exactamente lo que hay dentro. Si no lo haces, te juro que te haré picadillo.” Viéndose así rodeado de feroces maleantes, Tortuga pensó en que la causa de todas sus dificultades era nada menos que su amigo Piedra, al que se le había ocurrido la idea de convertirlo en un niño con dotes especiales. Así, lanzó un suspiro y se dijo a sí mismo en voz alta: “Por culpa de esa Piedra morirá esta Tortuga”. Los ladrones lanzaron al unísono una exclamación de asombro, pues en la caja había precisamente una piedra que estaba aplastando a una tortuga con su peso. Admirados del prodigioso niño, los ladrones dejaron que Tortuga marchara su camino sin tocarle un pelo. ¿Que si Tortuga llegó sano y salvo a casa de su amigo Piedra? Claro que sí. Sin más desgracias ni sobresaltos, Tortuga y Piedra crecieron felices y vivieron tranquilos el resto de sus vidas.
Fuente KBS WORLD
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