Había una vez una viuda que vivía pobremente junto a su hijo. Con el paso del tiempo, el muchacho se convirtió en un joven robusto y apuesto. Ya que había alcanzado la edad adecuada para contraer matrimonio, la viuda se puso a buscarle una esposa discreta y hacendosa, pero nadie en la comarca estaba dispuesto a entregar a su hija a una mujer pobre y viuda como ella. Viendo que no encontraría esposa en su pueblo natal, el joven decidió partir lejos, a un lugar donde nadie lo conociera. Antes de salir, el joven le pidió a su madre que le cosiera un chaquetón de seda ricamente bordado, como los que usaban los jóvenes nobles y ricos. La mujer protestó un poco al principio porque significaba gastar todos los ahorros que tenían, pero viendo a su hijo tan seguro de sí mismo, hizo lo que le había pedido. Cuando la prenda de seda estuvo lista, el joven la guardó en su morral y partió hacia rumbo desconocido.
Después de andar leguas y leguas, llegó a un pueblo bastante grande y se dirigió a la posada más concurrida del lugar. El mesón era pulcro y la comida excelente. No había duda de que buenas manos femeninas cuidaban del lugar. Confirmando sus previsiones, vio que los dueños del mesón tenían tres hermosas hijas en edad casadera. Después de almorzar en el mesón, el joven le rogó al dueño que le diera cualquier trabajo a cambio de alojamiento y comida. Viéndolo tan cansado y pobremente vestido, el dueño, que tenía un buen corazón, decidió contratarlo como deshollinador de la cocina. El joven cumplía en silencio y diligentemente sus tareas. Una mañana vio a la hija mayor que barría el patio de la casa. El joven deshollinador se acercó a ella y le pidió que le prestara la escoba. Viéndole la cara y las ropas manchadas de hollín, la muchacha lo despreció dándole la espalda. Otro día vio que la segunda hija del mesonero estaba limpiando el polvo y fue a ella para pedirle prestado el trapo. La reacción de la muchacha fue idéntica a la de su hermana mayor. Varios días después, encontró a la hija menor de la posada preparando sopa en la cocina. El joven fue hacia ella y le pidió un poco de caldo para probar. La muchacha se lo quedó mirando un rato, pero sin decir nada le sirvió un poco de sopa en un cuenco.
Un día de fiesta la familia entera se tomó el día libre y todos se fueron de paseo a disfrutar del campo. El joven deshollinador se quedó en casa para cuidar del mesón. Al mediodía, el joven se quitó sus ropas sucias, se dio un buen baño y se puso su chaquetón de seda. Caminó tranquilamente hasta donde estaba de excursión la familia y se dejó de ver desde lejos. Todos se preguntaban quién podía ser ese joven tan apuesto y de aire noble, pero nadie adivinó que se trataba del deshollinador. La única persona a la que la figura del joven ricamente ataviado le pareció familiar fue a la hija menor, pero ésta se calló sus cavilaciones y no le habló a nadie de ellas. Otro día hubo un banquete de bodas en el pueblo y la familia del mesonero fue a la fiesta, menos el joven deshollinador, que se quedó en casa. Cuando todos se fueron, el joven pintó con hollín el caballo blanco de la familia y, montado sobre esta cabalgadura, se presentó en la fiesta vestido con su chaquetón de seda. Cuando lo vieron llegar tan alto y guapo sobre su corcel negro, las muchachas invitadas a la boda se pelearon para servir su mesa. La tarea recayó finalmente en la hija menor del mesonero, quien se acercó a él dispuesta a verle la cara desde cerca. Sin embargo, el joven se cubrió el rostro con su sombrero y desvió la mirada, fingiendo no conocerla. Antes de que terminara la fiesta, el joven se volvió rápidamente a la posada, pues tenía que bañar al caballo y cambiarse de ropa antes de que llegara la familia. Cuando todos volvieron, el deshollinador lucía de nuevo la cara y las ropas manchadas de hollín, de modo que nadie lo reconoció. Sin embargo, la hija del mesonero no podía quitarse una sospecha que tenía en la cabeza y esa misma noche fue a la caballeriza a revisar el caballo. A la luz de una linterna descubrió rastros de hollín en las patas del animal y entonces tuvo la certeza de que el apuesto y desconocido joven ricamente vestido era nada menos que el deshollinador de la posada. Cuando todos dormían en la casa, se dirigió decidida al cuarto del joven, que dormía en un cobertizo del patio, y lo despertó con estas palabras: “No sé quién eres y por qué has venido a este lugar a trabajar como un criado, pero de seguro no eres un joven cualquiera. Si me aceptas, seré tu esposa y te seré fiel el resto de mi vida.” A la mañana siguiente, la hija del mesonero lo hizo vestir con su chaquetón de seda y lo llevó ante sus padres. Los sencillos mesoneros, reconociéndolo como el misterioso joven de aire noble que tenía en vilo a toda la aldea, aceptaron sin rechistar que se casara con su hija menor. De este modo, este joven pobre pero inteligente, pudo tomar esposa y se convirtió en poco tiempo, con la ayuda de su suegro, en un rico y próspero comerciante.
Después de andar leguas y leguas, llegó a un pueblo bastante grande y se dirigió a la posada más concurrida del lugar. El mesón era pulcro y la comida excelente. No había duda de que buenas manos femeninas cuidaban del lugar. Confirmando sus previsiones, vio que los dueños del mesón tenían tres hermosas hijas en edad casadera. Después de almorzar en el mesón, el joven le rogó al dueño que le diera cualquier trabajo a cambio de alojamiento y comida. Viéndolo tan cansado y pobremente vestido, el dueño, que tenía un buen corazón, decidió contratarlo como deshollinador de la cocina. El joven cumplía en silencio y diligentemente sus tareas. Una mañana vio a la hija mayor que barría el patio de la casa. El joven deshollinador se acercó a ella y le pidió que le prestara la escoba. Viéndole la cara y las ropas manchadas de hollín, la muchacha lo despreció dándole la espalda. Otro día vio que la segunda hija del mesonero estaba limpiando el polvo y fue a ella para pedirle prestado el trapo. La reacción de la muchacha fue idéntica a la de su hermana mayor. Varios días después, encontró a la hija menor de la posada preparando sopa en la cocina. El joven fue hacia ella y le pidió un poco de caldo para probar. La muchacha se lo quedó mirando un rato, pero sin decir nada le sirvió un poco de sopa en un cuenco.
Un día de fiesta la familia entera se tomó el día libre y todos se fueron de paseo a disfrutar del campo. El joven deshollinador se quedó en casa para cuidar del mesón. Al mediodía, el joven se quitó sus ropas sucias, se dio un buen baño y se puso su chaquetón de seda. Caminó tranquilamente hasta donde estaba de excursión la familia y se dejó de ver desde lejos. Todos se preguntaban quién podía ser ese joven tan apuesto y de aire noble, pero nadie adivinó que se trataba del deshollinador. La única persona a la que la figura del joven ricamente ataviado le pareció familiar fue a la hija menor, pero ésta se calló sus cavilaciones y no le habló a nadie de ellas. Otro día hubo un banquete de bodas en el pueblo y la familia del mesonero fue a la fiesta, menos el joven deshollinador, que se quedó en casa. Cuando todos se fueron, el joven pintó con hollín el caballo blanco de la familia y, montado sobre esta cabalgadura, se presentó en la fiesta vestido con su chaquetón de seda. Cuando lo vieron llegar tan alto y guapo sobre su corcel negro, las muchachas invitadas a la boda se pelearon para servir su mesa. La tarea recayó finalmente en la hija menor del mesonero, quien se acercó a él dispuesta a verle la cara desde cerca. Sin embargo, el joven se cubrió el rostro con su sombrero y desvió la mirada, fingiendo no conocerla. Antes de que terminara la fiesta, el joven se volvió rápidamente a la posada, pues tenía que bañar al caballo y cambiarse de ropa antes de que llegara la familia. Cuando todos volvieron, el deshollinador lucía de nuevo la cara y las ropas manchadas de hollín, de modo que nadie lo reconoció. Sin embargo, la hija del mesonero no podía quitarse una sospecha que tenía en la cabeza y esa misma noche fue a la caballeriza a revisar el caballo. A la luz de una linterna descubrió rastros de hollín en las patas del animal y entonces tuvo la certeza de que el apuesto y desconocido joven ricamente vestido era nada menos que el deshollinador de la posada. Cuando todos dormían en la casa, se dirigió decidida al cuarto del joven, que dormía en un cobertizo del patio, y lo despertó con estas palabras: “No sé quién eres y por qué has venido a este lugar a trabajar como un criado, pero de seguro no eres un joven cualquiera. Si me aceptas, seré tu esposa y te seré fiel el resto de mi vida.” A la mañana siguiente, la hija del mesonero lo hizo vestir con su chaquetón de seda y lo llevó ante sus padres. Los sencillos mesoneros, reconociéndolo como el misterioso joven de aire noble que tenía en vilo a toda la aldea, aceptaron sin rechistar que se casara con su hija menor. De este modo, este joven pobre pero inteligente, pudo tomar esposa y se convirtió en poco tiempo, con la ayuda de su suegro, en un rico y próspero comerciante.
Fuente KBS WORLD
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