Había una vez en el reino de Shilla un rey llamado Gyeongmun. Al poco tiempo de ascender al trono, le comenzaron a crecer inusitadamente las orejas, las cuales llegaron a tener un tamaño más que considerable. No sabiendo a qué se debía este cambio drástico en su fisonomía, no quiso contárselo a nadie. Tampoco se enteró nadie, ni siquiera la reina o las concubinas, pues el rey, como correspondía a su majestad, siempre llevaba la cabeza cubierta, o bien con la corona o bien con un gorro alto. El único que llegó a saberlo fue el sombrerero real, a quien el rey amenazó con cortarle el cuello si llegaba a divulgar semejante infortunio fisiológico del monarca.
El sombrerero era un hombre simple y dicharachero que gustaba de la compañía de amigos y conocidos. Además, ya sabemos lo difícil que es guardar un secreto, sobre todo si nos hacen jurar y rejurar que no se lo diremos a nadie. Al sombrerero le cosquilleaba tanto la boca por las ganas insoportables que sentía de contarle a alguien el secreto del rey que llegó ponerse muy enfermo. Viendo que la única manera de apaciguar su mal era aliviar un poco su alma del peso de semejante secreto, se dirigió al templo Dorim y se puso a caminar por el bosque de bambúes. Allí, en medio de las altísimas cañas que se cimbreaban rumorosas a cada golpe del viento, seguro de que nadie podría verlo ni oírlo, cavó un pozo con las manos y poniendo su boca dentro, gritó con todas las fuerzas que logró extraer de su garganta: “¡El rey tiene orejas de burrooooo!” En cuanto hubo hecho esto, se sintió tan aliviado del peso del secreto que casi se pone a saltar a brincos. Sin embargo, no le duró mucho la alegría ni el alivio. Al primer soplo del viento, las cañas de bambú lanzaron un murmullo clarísimo que repetía como un eco interminable su propio grito: “¡El rey tiene orejas de burro... rro... rrooo!” Del susto que se llevó ante este prodigio, el sombrerero se murió allí mismo fulminado por un ataque al corazón.
Al día siguiente, todos los monjes y fieles que venían al templo Dorim se enteraron del secreto del rey. Y a los tres días, lo sabía el reino entero. De hecho no se hablaba de otra cosa. Nadie, salvo el sombrerero, le había visto las orejas, pero todos podían imaginarse con lujo de detalles que eran larguísimas y peludas como las de un burro, como bien lo atestiguaban los dibujos que pintarrajeaban los niños en las paredes. Cuando esto llegó a oídos del rey, se enfadó muchísimo y de inmediato mandó que arrancaran de raíz las cañas del bosque de bambúes del templo y las reemplazaran por cornejos asiáticos. Lo prodigioso fue que en cuanto se espesaron las ramas del nuevo bosque de cornejos, éstas comenzaron a repetir en un murmullo quedo, cada vez que las movía el viento: “El rey tiene las orejas largas...” Cuando lo supo el rey, se sintió tentado de cortar de nuevo todos los árboles, pero en cuanto lo pensó un poco, decidió dejarlos en paz, pues había aprendido que los secretos no se pueden mantener por mucho tiempo y que los rumores son imposibles de acallar. Al fin y al cabo, lo de “el rey tiene las orejas largas” era verdad y resultaba menos exagerado e insultante que lo de “el rey tiene orejas de burro”, se decía el rey para consolarse.
Se trata de una historia que suele ser referida para mostar que los secretos son imposibles de mantener y que la verdad siempre termina por salir a la luz. El bosque de cañas de bambú es citado frecuentemente como una metáfora de la prensa, cuyo deber es comunicar la verdad y decir las cosas tal cuales son. Mientras que el rey sesgando el bosque representa al gobierno que intenta controlar y acallar a los medios de comunicación. Otra cosa que enseña el cuento es que aún las noticias más impactantes y resonantes pierden fuerza y repercusión con el paso del tiempo.
El sombrerero era un hombre simple y dicharachero que gustaba de la compañía de amigos y conocidos. Además, ya sabemos lo difícil que es guardar un secreto, sobre todo si nos hacen jurar y rejurar que no se lo diremos a nadie. Al sombrerero le cosquilleaba tanto la boca por las ganas insoportables que sentía de contarle a alguien el secreto del rey que llegó ponerse muy enfermo. Viendo que la única manera de apaciguar su mal era aliviar un poco su alma del peso de semejante secreto, se dirigió al templo Dorim y se puso a caminar por el bosque de bambúes. Allí, en medio de las altísimas cañas que se cimbreaban rumorosas a cada golpe del viento, seguro de que nadie podría verlo ni oírlo, cavó un pozo con las manos y poniendo su boca dentro, gritó con todas las fuerzas que logró extraer de su garganta: “¡El rey tiene orejas de burrooooo!” En cuanto hubo hecho esto, se sintió tan aliviado del peso del secreto que casi se pone a saltar a brincos. Sin embargo, no le duró mucho la alegría ni el alivio. Al primer soplo del viento, las cañas de bambú lanzaron un murmullo clarísimo que repetía como un eco interminable su propio grito: “¡El rey tiene orejas de burro... rro... rrooo!” Del susto que se llevó ante este prodigio, el sombrerero se murió allí mismo fulminado por un ataque al corazón.
Al día siguiente, todos los monjes y fieles que venían al templo Dorim se enteraron del secreto del rey. Y a los tres días, lo sabía el reino entero. De hecho no se hablaba de otra cosa. Nadie, salvo el sombrerero, le había visto las orejas, pero todos podían imaginarse con lujo de detalles que eran larguísimas y peludas como las de un burro, como bien lo atestiguaban los dibujos que pintarrajeaban los niños en las paredes. Cuando esto llegó a oídos del rey, se enfadó muchísimo y de inmediato mandó que arrancaran de raíz las cañas del bosque de bambúes del templo y las reemplazaran por cornejos asiáticos. Lo prodigioso fue que en cuanto se espesaron las ramas del nuevo bosque de cornejos, éstas comenzaron a repetir en un murmullo quedo, cada vez que las movía el viento: “El rey tiene las orejas largas...” Cuando lo supo el rey, se sintió tentado de cortar de nuevo todos los árboles, pero en cuanto lo pensó un poco, decidió dejarlos en paz, pues había aprendido que los secretos no se pueden mantener por mucho tiempo y que los rumores son imposibles de acallar. Al fin y al cabo, lo de “el rey tiene las orejas largas” era verdad y resultaba menos exagerado e insultante que lo de “el rey tiene orejas de burro”, se decía el rey para consolarse.
Se trata de una historia que suele ser referida para mostar que los secretos son imposibles de mantener y que la verdad siempre termina por salir a la luz. El bosque de cañas de bambú es citado frecuentemente como una metáfora de la prensa, cuyo deber es comunicar la verdad y decir las cosas tal cuales son. Mientras que el rey sesgando el bosque representa al gobierno que intenta controlar y acallar a los medios de comunicación. Otra cosa que enseña el cuento es que aún las noticias más impactantes y resonantes pierden fuerza y repercusión con el paso del tiempo.
Fuente KBS WORLD
ME GUSTO MUCHO EL CUENTOO
ResponderBorrargracias por subirlo :D