En los tiempos de Shilla había una costumbre muy peculiar. Desde el primero hasta el quince de febrero del mes lunar, los jóvenes de Seúl iban al templo Heungnyun y daban varias vueltas rezando alrededor de una torre de varios pisos que tenía fama de cumplir los deseos de las personas. Un día acontenció que se encontraron en este lugar el joven noble Kim Hyeon y una desconocida y bella muchacha. En el placer de mirarse a hurtadillas, ninguno de los dos pensaba en marcharse. La atracción fructificó en amor y los jóvenes pasaron juntos la noche en el bosque. La claridad del día interrumpió sus goces y la pareja no tuvo más remedio que despedirse. Sin embargo, Kim Hyeon no se resignó a dejarla marchar y la siguió hasta su casa. La muchacha se internó aún más profundamente en las espesuras del bosque hasta llegar a una pequeña choza. Allí salió a recibirla una anciana encorvada que debía tener al menos cien años. La mujer alzó la cabeza y olió el aire. Algo raro debió percibir porque le preguntó a la muchacha quién era el hombre que la había seguido. Kim Hyeon salió entonces de su escondite y se presentó a la anciana. Con la cara ruborizada, la muchacha confesó que había pasado la noche con el joven y que estaba enamorada de él. La anciana, espantada, le ordenó a Kim Hyeon que se escondiera en la parte trasera de la choza antes de que llegaran sus hijos. Para sorpresa del joven, al rato llegaron tres tigres enormes y de aspecto feroz. Éstos olizquearon el aire y, alegrándose ante la perspectiva de desayunarse un hombre, urgieron a la anciana para que se los entregara. Antes de que la anciana pudiera responder, se escuchó una voz atronadora desde el cielo: “Ya han causado muchas muertes y depredaciones. Es tiempo de que reciban su castigo. ¡Entréguenme la vida de uno de ustedes!” Los tigres estaban desesperados, ¿quién moriría para calmar la ira divina? En ese instante, la muchacha les dijo resuelta: “Yo moriré en su lugar. A cambio, váyanse lejos y no vuelvan a atacar los poblados.” Al escuchar esto, el joven Kim Hyeon salió de su escondite. Asombrado, vio que la bella muchacha se había convertido en un tigre de aspecto tan fiero como sus hermanos. Al ver al joven, la muchacha le habló con voz suave: “El cielo ha ordenado que muera uno de nosotros. Lo haré con gusto, pues será para mi bien, para el tuyo, para el de mi especie y para el del reino. Ya sabes que tú y yo nunca podremos vivir juntos. Déjame que al menos te haga este regalo.” Acto seguido, la tigresa le explicó su plan. Kim Hyeon no quiso saber nada, pero no tuvo más remedio que ceder ante la resolución de la muchacha. Desolado hasta más no poder, volvió solo a Seúl.
Ese mismo día un tigre entró en las murallas de Seúl y comenzó a atacar a la gente a diestra y siniestra, causando muertos y heridos por doquier. Cuando el rey se enteró del terrible suceso, publicó un bando ofreciendo un altísimo cargo en la corte a quien lograra cazar y traer muerto al tigre. Como se lo ordenara su amada, Kim Hyeon se ofreció de inmediato a salir en su búsqueda. Toda la ciudad, admirada de su valentía, le deseó buena fortuna. Kim Hyeon se dirigió al lugar del monte que le indicara la muchacha y allí la encontró, más bella que nunca. Consolándolo, la joven le habló de este modo: “No olvides nunca la hermosa noche que pasamos ayer juntos. A todos los heridos, diles que se unten con pasta de soja del templo Heungnyun. Cuando suenen las campanas de este templo, sanarán como si nada les hubiese pasado. Y en cuanto a mí, levanta un templo en este lugar en mi nombre, para que mi alma vaya al otro mundo en paz y reconfortada.” Diciendo esto, le quitó la espada a Kim Hyeon y se la clavó en el pecho. Al caer muerta al suelo, se convirtió en tigre, como era su condición original. Llorando a lágrimas vivas, Kim Hyeon cargó a la tigresa en unas andas y regresó lentamente a Seúl.
La hazaña causó admiración y revuelo en la ciudad. Cumpliendo su promesa, el rey recompensó a Kim Hyeon con un cargo muy alto en la corte. Como lo predijera la muchacha, los heridos sanaron de inmediato sus heridas cuando se untaron con pasta de soja del templo Heungnyun. Por esta razón, aún en la actualidad se conserva esta forma de curación popular. Kim Hyeon no olvidó las últimas palabras de su amada y levantó un templo en su nombre al que llamó Howon, que significa “El deseo del tigre”, en el mismísimo lugar donde ella cayó muerta. Kim Hyeon no olvidaba ir allí a rezar muy seguido pidiendo reencontrarse con su amada en la próxima vida y poder amarse todo lo que no habían podido en esta vida...
Ese mismo día un tigre entró en las murallas de Seúl y comenzó a atacar a la gente a diestra y siniestra, causando muertos y heridos por doquier. Cuando el rey se enteró del terrible suceso, publicó un bando ofreciendo un altísimo cargo en la corte a quien lograra cazar y traer muerto al tigre. Como se lo ordenara su amada, Kim Hyeon se ofreció de inmediato a salir en su búsqueda. Toda la ciudad, admirada de su valentía, le deseó buena fortuna. Kim Hyeon se dirigió al lugar del monte que le indicara la muchacha y allí la encontró, más bella que nunca. Consolándolo, la joven le habló de este modo: “No olvides nunca la hermosa noche que pasamos ayer juntos. A todos los heridos, diles que se unten con pasta de soja del templo Heungnyun. Cuando suenen las campanas de este templo, sanarán como si nada les hubiese pasado. Y en cuanto a mí, levanta un templo en este lugar en mi nombre, para que mi alma vaya al otro mundo en paz y reconfortada.” Diciendo esto, le quitó la espada a Kim Hyeon y se la clavó en el pecho. Al caer muerta al suelo, se convirtió en tigre, como era su condición original. Llorando a lágrimas vivas, Kim Hyeon cargó a la tigresa en unas andas y regresó lentamente a Seúl.
La hazaña causó admiración y revuelo en la ciudad. Cumpliendo su promesa, el rey recompensó a Kim Hyeon con un cargo muy alto en la corte. Como lo predijera la muchacha, los heridos sanaron de inmediato sus heridas cuando se untaron con pasta de soja del templo Heungnyun. Por esta razón, aún en la actualidad se conserva esta forma de curación popular. Kim Hyeon no olvidó las últimas palabras de su amada y levantó un templo en su nombre al que llamó Howon, que significa “El deseo del tigre”, en el mismísimo lugar donde ella cayó muerta. Kim Hyeon no olvidaba ir allí a rezar muy seguido pidiendo reencontrarse con su amada en la próxima vida y poder amarse todo lo que no habían podido en esta vida...
Fuente KBS WORLD
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