Había una vez un comerciante de licores que abrió una pequeña taberna frente a la puerta de Namdemun. El primer día se levantó tempranísimo, preparó una buenísima sopa para la resaca y, cuando tocaron los treinta y tres tañidos de tambor que anunciaban el fin del toque de queda, colgó una linterna en la puerta de entrada. Al poco rato entró un hombre vestido de luto que venía de un velorio. Se sentó en una mesa y pidió una sopa y una jarra de licor, que acabó en un santiamén. Volvió a repetir el pedido y el licorero lo satisfizo prestamente. Después de tomarse la tercera ronda, llamó al tabernero y le dijo que en ese momento no llevaba un solo centavo y que le pagaría otro día. El tabernero, en lugar de enfadarse, se encogió de hombros y lo dejó marcharse. Aunque era el día de la inauguración, el local no dejó un solo momento de estar lleno de gente en todo el día. Al día siguiente temprano, el licorero comenzó su jornada de la misma manera que el día anterior. Preparó una olla enorme de sopa y, apenas colgó la linterna en la puerta, entró el mismo hombre vestido de luto de la víspera. Lo mismo que el día anterior, pidió tres rondas de sopa y alcohol y luego se fue sin pagar. Después que se marchó y salió el sol, comenzaron a llegar los clientes, que abarrotaron la taberna durante todo el día. Al tercer día, volvieron a repetirse los mismos acontecimientos que el primer y segundo día. El licorero comenzó a pensar si el hombre de luto no sería en realidad un diablillo disfrazado. Como sea, cuando venía el hombre de luto, que era muy seguido, las ventas de la taberna eran mejores que nunca. De vez en cuando, le traía una bolsa llena de monedas, con las que pagaba sus consumiciones al fiado. Así pasó un año entero, al cabo del cual el tabernero se convirtió en un hombre muy rico. Aunque el negocio era muy provechoso, también era cierto que era muy fatigoso. Como había acumulado una más que buena suma de dinero, el licorero decidió cambiarse a un ramo del comercio más descansado y rendidor, y puso en venta la taberna. Un parroquiano del local, que era un soldado retirado y había puesto sus ojos codiciosos en el local desde hacía rato, se ofreció a comprarla de inmediato. No sólo le pagó todo lo que el licorero le pidió sino que compró también todos los muebles y enseres a un precio muy generoso.
El nuevo dueño de la taberna, frotándose las manos de avidez por anticipado, llenó todos los toneles con licores nuevos, hizo una olla aún más grande de sopa e inauguró la licorería. Apenas colgó la linterna en la puerta, entró un hombre de luto. Le pareció de muy mal agüero que su primer cliente fuera un tipo que acabara de volver de un velorio y pensó en pedirle que se marchara, pero se contentó con echarle una mirada de enojo. Cuando el hombre acabó las tres rondas de sopa y licor, le dijo que no llevaba dinero y que le pagaría en otra oportunidad, como había hecho siempre hasta entonces. El nuevo dueño, que apenas podía creer lo que escuchaba, se puso hecho una fiera y lo comenzó a llenar de insultos: “¿Quieres darme mala suerte y arruinarme el negocio? ¿Cómo pretendes irte de este modo sin pagar cuando eres el primer cliente del día?” “¿Qué quiere que le haga si no tengo dinero?”, protestó el hombre. “’¡Entonces quítate el traje de luto y déjamelo en prenda hasta que me pagues!”, gritó el tabernero. El hombre, que en efecto era un diablillo travieso, soltó una carcajada y salió corriendo. El tabernero, que no estaba dispuesto a perder su dinero, salió tras él sin ponerse los zapatos. La persecución no duró mucho, pues el diablillo utilizó sus poderes para correr más aprisa y desaparecer entre las callejuelas. Al darle la vuelta a una esquina, el tabernero se tropezó de bruces con un hombre de luto que en verdad volvía de un velorio. En la oscuridad no podía verle la cara y confundiéndolo con el que lo había burlado, le pegó dos bofetadas, una con la mano derecha y otra con la mano izquierda, y lo desvistió allí mismo para llevarse el traje. El hombre afrentado era nada menos que uno de los nobles más poderosos de la ciudad y, por supuesto, no se quedó de brazos cruzados. Pegar a un noble era un delito que se pagaba muy caro, pero desnudar a un hombre de luto era aún peor. Así que el nuevo tabernero no sólo pagó su pena la cárcel sino que fue desterrado para siempre e Seúl.
Los diablillos son representados en Corea como seres my sucios y monstruosos, con un cuerno en la cabeza y llevando siempre un garrote mágico en la mano. No son seres malignos, pero sí muy traviesos, que utilizan sus poderes para burlarse de los seres humanos. Sin embargo, muchas veces son buenos y recompensan a las personas de buen corazón y castigan a los malos, como ocurre en este cuento...
El nuevo dueño de la taberna, frotándose las manos de avidez por anticipado, llenó todos los toneles con licores nuevos, hizo una olla aún más grande de sopa e inauguró la licorería. Apenas colgó la linterna en la puerta, entró un hombre de luto. Le pareció de muy mal agüero que su primer cliente fuera un tipo que acabara de volver de un velorio y pensó en pedirle que se marchara, pero se contentó con echarle una mirada de enojo. Cuando el hombre acabó las tres rondas de sopa y licor, le dijo que no llevaba dinero y que le pagaría en otra oportunidad, como había hecho siempre hasta entonces. El nuevo dueño, que apenas podía creer lo que escuchaba, se puso hecho una fiera y lo comenzó a llenar de insultos: “¿Quieres darme mala suerte y arruinarme el negocio? ¿Cómo pretendes irte de este modo sin pagar cuando eres el primer cliente del día?” “¿Qué quiere que le haga si no tengo dinero?”, protestó el hombre. “’¡Entonces quítate el traje de luto y déjamelo en prenda hasta que me pagues!”, gritó el tabernero. El hombre, que en efecto era un diablillo travieso, soltó una carcajada y salió corriendo. El tabernero, que no estaba dispuesto a perder su dinero, salió tras él sin ponerse los zapatos. La persecución no duró mucho, pues el diablillo utilizó sus poderes para correr más aprisa y desaparecer entre las callejuelas. Al darle la vuelta a una esquina, el tabernero se tropezó de bruces con un hombre de luto que en verdad volvía de un velorio. En la oscuridad no podía verle la cara y confundiéndolo con el que lo había burlado, le pegó dos bofetadas, una con la mano derecha y otra con la mano izquierda, y lo desvistió allí mismo para llevarse el traje. El hombre afrentado era nada menos que uno de los nobles más poderosos de la ciudad y, por supuesto, no se quedó de brazos cruzados. Pegar a un noble era un delito que se pagaba muy caro, pero desnudar a un hombre de luto era aún peor. Así que el nuevo tabernero no sólo pagó su pena la cárcel sino que fue desterrado para siempre e Seúl.
Los diablillos son representados en Corea como seres my sucios y monstruosos, con un cuerno en la cabeza y llevando siempre un garrote mágico en la mano. No son seres malignos, pero sí muy traviesos, que utilizan sus poderes para burlarse de los seres humanos. Sin embargo, muchas veces son buenos y recompensan a las personas de buen corazón y castigan a los malos, como ocurre en este cuento...
Fuente KBS WORLD
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