Érase una vez un leñador bueno y honrado que vivía en una casa del bosque con su madre viuda. Un día estaba cortando leña en el monte, cuando salió corriendo un venado asustado y tembloroso de los arbustos. “Leñador, ayúdame, por favor. Me persigue un cazador que quiere matarme.” Compadecido, el leñador lo escondió detrás de un árbol de tronco muy grueso. Al poco rato, apareció un cazador de aspecto rudo que tenía en sus manos un arco y una flecha. “¿No has visto pasar por aquí un venado?”, le preguntó. El leñador señaló en dirección opuesta y le dijo: “Se ha ido por ahí.” Una vez que desapareció el cazador, el venado salió de su escondite y le dio las gracias. En señal de agradecimiento, le hizo una confidencia en voz baja: “En la cima de esta montaña hay un pequeño lago entre las rocas que nadie conoce. Si vas allí una noche de luna llena, podrás ver a las hadas celestiales bañándose en sus aguas. Esconde uno de los mantos alados para que su dueña no pueda volver al cielo, entonces se quedará contigo y será tu esposa. Eso sí, no le devuelvas su manto hasta que tenga al menos tres hijos.” Dicho esto, el venado desapareció al instante en el bosque.
Una noche clara y hermosa de luna llena, el leñador subió a la cima de la montaña. Cuando encontró por fin el pequeño lago, se ocultó entre las rocas. Al poco rato vio descender del cielo a través de un arco iris de relucientes colores a siete hermosísimas hadas. Entre bromas y risas, se quitaron sus mantos alados y se sumergieron suavemente en las aguas del lago. Después de un largo rato de contemplarlas con la respiración contenida, fue sigilosamente al árbol donde habían dejado colgados sus mantos y escondió bajo sus ropas uno de ellos. Las hadas chapotearon y nadaron en el lago hasta cansarse. Cuando vieron que la luna estaba por ocultarse, se vistieron para volver al cielo. Sin embargo, una de ellas descubrió que su manto alado había desaparecido. Sus compañeras intentaron ayudarla, pero no tuvieron más remedio que partir al poco rato, pues debían llegar antes de que se cerraran las puertas del cielo. Cuando quedó sola el hada, salió el leñador de su refugio y la consoló lo mejor que pudo. No teniendo a donde ir, el hada siguió al leñador hasta su casa, donde se quedó a vivir como su esposa.
Pasaron varios años, en los que el hada y el leñador fueron muy felices. La pareja tenía dos hermosos niños y su vida transcurría tranquila y apacible. Un día, hablando de esto y aquello, el leñador le confesó a su esposa que había ocultado su manto alado para retenerla en la tierra. Cuando lo supo, ella le suplicó que la dejara probarse el manto. Él se negó, pero ella no hacía más que suspirar y pronto una sombra de melancolía se instaló en su rostro. Viéndola tan triste, el leñador no tuvo más remedio que sacar el manto de su escondite y dejar que se lo probara. Cuando ella lo hizo, tomó a sus hijos en cada uno de sus brazos y en un abrir y cerrar de ojos, antes de que pudiera hacer nada el leñador, se fue volando al cielo. El leñador se quedó triste y desconsolado.. Un día encontró al venado que había salvado y le contó lo ocurrido. El venado le dijo: “Hay un remedio. Todas las noches, baja una cuba del cielo para subir el agua del río. Ve y sostente fuerte de la cuerda, que así podrás reunirte con tu mujer y tus hijos.” El leñador siguió el consejo y logró subir al cielo, donde encontró a su familia y volvió a ser tan feliz como antes.
Aunque la nueva vida en el cielo con su mujer e hijos era maravillosa, el leñador no podía olvidar a su anciana madre, que se había quedado sola en la tierra. Viendo esto, el hada le consiguió un caballo alado para que pudiera visitarla. “Eso sí, no vayas a bajarte del caballo, porque no podrás volver a subir al cielo”, le advirtió el hada. Contento, el leñador descendió hasta su antigua casa, donde encontró a su madre en el patio. Cuando su hijo quiso irse, la anciana le trajo un potaje de calabaza recién hecho. El leñador quiso comérselo, pero se le cayó un poco del potaje caliente sobre el lomo del animal. Éste dio un brinco del susto y el leñador cayó al suelo. Libre de su carga, el caballo subió a todo galope al cielo sin mirar atrás.
El pobre leñador, ya sin posibilidad de reunirse con su mujer e hijos, vivió triste y solitario hasta que murió de vejez. Tras su muerte, apareció un gallo en la casa que cantaba mirando al cielo todas las noches de luna llena. Era el leñador, que se había reencarnado en esa ave y seguía añorando a su esposa e hijos en el cielo.
Una noche clara y hermosa de luna llena, el leñador subió a la cima de la montaña. Cuando encontró por fin el pequeño lago, se ocultó entre las rocas. Al poco rato vio descender del cielo a través de un arco iris de relucientes colores a siete hermosísimas hadas. Entre bromas y risas, se quitaron sus mantos alados y se sumergieron suavemente en las aguas del lago. Después de un largo rato de contemplarlas con la respiración contenida, fue sigilosamente al árbol donde habían dejado colgados sus mantos y escondió bajo sus ropas uno de ellos. Las hadas chapotearon y nadaron en el lago hasta cansarse. Cuando vieron que la luna estaba por ocultarse, se vistieron para volver al cielo. Sin embargo, una de ellas descubrió que su manto alado había desaparecido. Sus compañeras intentaron ayudarla, pero no tuvieron más remedio que partir al poco rato, pues debían llegar antes de que se cerraran las puertas del cielo. Cuando quedó sola el hada, salió el leñador de su refugio y la consoló lo mejor que pudo. No teniendo a donde ir, el hada siguió al leñador hasta su casa, donde se quedó a vivir como su esposa.
Pasaron varios años, en los que el hada y el leñador fueron muy felices. La pareja tenía dos hermosos niños y su vida transcurría tranquila y apacible. Un día, hablando de esto y aquello, el leñador le confesó a su esposa que había ocultado su manto alado para retenerla en la tierra. Cuando lo supo, ella le suplicó que la dejara probarse el manto. Él se negó, pero ella no hacía más que suspirar y pronto una sombra de melancolía se instaló en su rostro. Viéndola tan triste, el leñador no tuvo más remedio que sacar el manto de su escondite y dejar que se lo probara. Cuando ella lo hizo, tomó a sus hijos en cada uno de sus brazos y en un abrir y cerrar de ojos, antes de que pudiera hacer nada el leñador, se fue volando al cielo. El leñador se quedó triste y desconsolado.. Un día encontró al venado que había salvado y le contó lo ocurrido. El venado le dijo: “Hay un remedio. Todas las noches, baja una cuba del cielo para subir el agua del río. Ve y sostente fuerte de la cuerda, que así podrás reunirte con tu mujer y tus hijos.” El leñador siguió el consejo y logró subir al cielo, donde encontró a su familia y volvió a ser tan feliz como antes.
Aunque la nueva vida en el cielo con su mujer e hijos era maravillosa, el leñador no podía olvidar a su anciana madre, que se había quedado sola en la tierra. Viendo esto, el hada le consiguió un caballo alado para que pudiera visitarla. “Eso sí, no vayas a bajarte del caballo, porque no podrás volver a subir al cielo”, le advirtió el hada. Contento, el leñador descendió hasta su antigua casa, donde encontró a su madre en el patio. Cuando su hijo quiso irse, la anciana le trajo un potaje de calabaza recién hecho. El leñador quiso comérselo, pero se le cayó un poco del potaje caliente sobre el lomo del animal. Éste dio un brinco del susto y el leñador cayó al suelo. Libre de su carga, el caballo subió a todo galope al cielo sin mirar atrás.
El pobre leñador, ya sin posibilidad de reunirse con su mujer e hijos, vivió triste y solitario hasta que murió de vejez. Tras su muerte, apareció un gallo en la casa que cantaba mirando al cielo todas las noches de luna llena. Era el leñador, que se había reencarnado en esa ave y seguía añorando a su esposa e hijos en el cielo.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario!!!
FIGHTING^^!!!