Había una vez en las inmediaciones de una aldea una cuesta cuya sola mención despertaba el terror de todos. Se llamaba la “Cuesta de la zorra”, pues decían que en ese sitio una zorra de nueve colas esperaba a los aldeanos que la transitaban para engañarlos y llevarlos a la muerte. En lo posible nadie cruzaba solo la cuesta y menos de noche. Sin embargo, un día un noble de mediana edad no tuvo más remedio que ponerse en camino por la cuesta al anochecer, pues tenía asuntos urgentes que resolver en una aldea vecina. No era muy tarde, pero sería porque estaba lloviendo, pues el cielo se había oscurecido y apenas podía ver unos metros adelante. Caminó y caminó durante un tiempo que le pareció una eternidad. Ya era tiempo de que se vieran las luces de la aldea a donde se dirigía, pero la negrura más absoluta lo rodeaba por todas partes. Decidió descansar unos minutos para reponerse del cansancio y entonces escuchó unos suaves pasos que venían detrás de él. De la oscuridad surgió la figura de una mujer de suaves proporciones y rasgos muy bellos. Atrevida, la mujer le dirigió la palabra: “¿A dónde vais en esta noche tan oscura y fea?”. “Tengo apuro por llegar a la aldea vecina porque me están esperando para resolver unos asuntos”, contestó él. “¡Qué bien! Yo también voy a esa aldea. Si no os importa, seré vuestra compañera de viaje”, respondió ella con descaro. El noble se sintió aliviado de tener compañía y juntos comenzaron a andar charlando como viejos amigos. Pero el paso de la mujer era tan rápido que el noble apenas podía seguirla. Al cabo de un rato, la mujer se adelantó tanto que él la perdió de vista por completo. Tratando de alcanzarla, el noble tropezó con una piedra y se cayó golpéandose la cabeza, de modo que perdió el conocimiento. Cuando despertó varias horas después, estaba asomando el sol. Se hallaba en las laderas de un monte, en medio de unas tumbas, que al rato reconoció como las de sus antepasados. Volvió a su casa sintiéndose muy confuso y enfermo, y al cabo de unos días, murió repentinamente y sin causa alguna.
Un día el hijo del noble muerto misteriosamente tuvo un sueño muy inquietante. Su padre le pedía que lo vengara de su injusta muerte, atrapando a la zorra que se le había aparecido en forma de mujer. El hijo del noble no tenía ningún deseo de poner en peligro su vida, pero tampoco podía desobedecer la última voluntad de su padre, así que contrató a un aldeano llamado Meokdol para que cumpliera la misión en su lugar. Meokdol era el joven más fuerte y valiente de la aldea. Esa misma noche se puso en camino. Era una noche oscura y sin luna, como la que había sufrido el noble fallecido. Meokdol subió por la cuesta durante un buen rato y luego se sentó en una roca para fumarse un cigarrillo. En ese instante, surgió de la oscuridad una mujer muy bonita, quien sonriendo le preguntó: “¿Qué haces aquí solo en esta noche tan oscura?”. Esta mujer tan bella y atrevida no podía ser otra que la zorra de nueve colas, así que Meokdol no dudó en seguirla. Caminaron juntos un buen rato, charlando y bromeando. De pronto, Meokdol la agarró de la muñeca, y cuando ella intentó zafarse, le dijo: “Eres la mujer más hermosa que he conocido. Déjame que te tome las manos, que no quiero que te vayas de mi lado.” Estando así sujeta, la zorra no podía intentar engañarlo de ninguna manera, así que Meokdol decidió no soltarla por nada del mundo. Como la zorra no quería desenmascararse, no tuvo más remedio que seguirle el juego forzosamente. Al cabo de un rato, llegaron a la orilla de un arroyo, en donde había un extraño árbol de ramas desnudas y retorcidas. Allí la zorra le dijo en tono meloso: “¿No podrías tomarme de la otra mano? Es que me duele mucho esta muñeca.” Meokdol pensó que no podía rehúsarse a eso y la sujetó de la otra mano. Entonces la zorra disfrazada de mujer volvió a pedirle otro favor: “¿No podrías soltarme sólo unos momentos? Es que tengo que ir al baño.” Meokdol le dijo que eso no era posible y le pidió que hiciera sus necesidades allí mismo, que de todos modos estaba tan oscuro que no se veía nada. Entonces la mujer se agachó y comenzó a hacer pis. Meokdol podía escuchar el sonido del chorro, así que esperó con calma. Sin embargo, pasaron horas y el chorro no se terminaba nunca. Poco a poco, la mañana comenzaba a clarear. Entonces, Meokdol abrió por fin los ojos y vio que tenía asida fuertemente en su mano una rama del árbol desnudo y que el sonido del chorro interminable era el las aguas del arroyo corriendo. La zorra se había burlado olímpicamente de él. Cuando en la aldea conocieron su historia, le pusieron el sobrenombre de Meokdol, que significa “tonto como piedra”, y este mote le quedó para siempre.
Como ven, los cuentos de terror coreanos tienen como protagonista a la zorra de nueve colas, un ser cruel y terrorrífico que espera a los hombres en las noches solitarias y oscuras para seducirlos y llevarlos a la muerte...
Un día el hijo del noble muerto misteriosamente tuvo un sueño muy inquietante. Su padre le pedía que lo vengara de su injusta muerte, atrapando a la zorra que se le había aparecido en forma de mujer. El hijo del noble no tenía ningún deseo de poner en peligro su vida, pero tampoco podía desobedecer la última voluntad de su padre, así que contrató a un aldeano llamado Meokdol para que cumpliera la misión en su lugar. Meokdol era el joven más fuerte y valiente de la aldea. Esa misma noche se puso en camino. Era una noche oscura y sin luna, como la que había sufrido el noble fallecido. Meokdol subió por la cuesta durante un buen rato y luego se sentó en una roca para fumarse un cigarrillo. En ese instante, surgió de la oscuridad una mujer muy bonita, quien sonriendo le preguntó: “¿Qué haces aquí solo en esta noche tan oscura?”. Esta mujer tan bella y atrevida no podía ser otra que la zorra de nueve colas, así que Meokdol no dudó en seguirla. Caminaron juntos un buen rato, charlando y bromeando. De pronto, Meokdol la agarró de la muñeca, y cuando ella intentó zafarse, le dijo: “Eres la mujer más hermosa que he conocido. Déjame que te tome las manos, que no quiero que te vayas de mi lado.” Estando así sujeta, la zorra no podía intentar engañarlo de ninguna manera, así que Meokdol decidió no soltarla por nada del mundo. Como la zorra no quería desenmascararse, no tuvo más remedio que seguirle el juego forzosamente. Al cabo de un rato, llegaron a la orilla de un arroyo, en donde había un extraño árbol de ramas desnudas y retorcidas. Allí la zorra le dijo en tono meloso: “¿No podrías tomarme de la otra mano? Es que me duele mucho esta muñeca.” Meokdol pensó que no podía rehúsarse a eso y la sujetó de la otra mano. Entonces la zorra disfrazada de mujer volvió a pedirle otro favor: “¿No podrías soltarme sólo unos momentos? Es que tengo que ir al baño.” Meokdol le dijo que eso no era posible y le pidió que hiciera sus necesidades allí mismo, que de todos modos estaba tan oscuro que no se veía nada. Entonces la mujer se agachó y comenzó a hacer pis. Meokdol podía escuchar el sonido del chorro, así que esperó con calma. Sin embargo, pasaron horas y el chorro no se terminaba nunca. Poco a poco, la mañana comenzaba a clarear. Entonces, Meokdol abrió por fin los ojos y vio que tenía asida fuertemente en su mano una rama del árbol desnudo y que el sonido del chorro interminable era el las aguas del arroyo corriendo. La zorra se había burlado olímpicamente de él. Cuando en la aldea conocieron su historia, le pusieron el sobrenombre de Meokdol, que significa “tonto como piedra”, y este mote le quedó para siempre.
Como ven, los cuentos de terror coreanos tienen como protagonista a la zorra de nueve colas, un ser cruel y terrorrífico que espera a los hombres en las noches solitarias y oscuras para seducirlos y llevarlos a la muerte...
Fuente KBS WORLD
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