Había una vez un hombre solterón que no podía casarse porque era demasiado pobre. Cansado de su vida solitaria, un día que salió a trabajar al campo, hincó el azadón en la tierra y se quejó suspirando en voz alta: “¿De qué me sirve cultivar este arrozal? ¿Con quién lo compartiré?”. Inesperadamente una vocecita le contestó: “¿Con quién va a hacer? ¡Conmigo!”. Sorprendido, el hombre miró a todos lados, pero no había nadie. Repitió entonces su queja, escuchando con cuidado. Cosa admirable, la vocecita provenía de un caracol, grande como un puño, que se escondía entre las plantas de arroz. El hombre se lo llevó a su casa y lo guardó en un cántaro de agua en la cocina. Al día siguiente salió a trabajar y cuando volvió al anochecer, se encontró con una mesa de arroz humeante recién hecho junto a apetitosos manjares. Y no sólo eso, la casa estaba ordenada y reluciente. El hecho se repitió al otro día y así todos los días. Intrigado por saber quién limpiaba y le preparaba diariamente tan exquisita cena, un día hizo como que se marchaba al campo, pero al rato volvió sigilosamente a la casa. Átonito, pudo observar cómo el caracol que había recogido se transformaba en una hermosa doncella. Enamorado de la belleza y el buen corazón de la joven, le rogó que fuera su esposa. A partir de ese día, ambos vivieron felices, compartiendo el trabajo y las delicias de la vida conyugal.
Tan enamorado estaba de su mujer que el hombre quería tenerla siempre a su lado, ya sea mientras trabajaba en el arrozal o en el monte cuando iba a hacer leña. Como esto no era posible, la esposa le hizo un retrato de sí misma para que pudiera llevarlo a todas partes. Un día el hombre subió a la cima del monte vecino para cortar leña. Como siempre, clavó el retrato de su mujer en el tronco de un árbol para contemplarla mientras trabajaba. De pronto, se levantó una tormenta y un viento muy fuerte arrancó el retrato del árbol y se lo llevó muy lejos. Transportado por los aires, el retrato voló hasta el jardín del palacio real y cayó a los pies del rey, quien estaba en esos momentos dando un paseo con su séquito. Cuando el rey recogió el retrato y vio el hermoso rostro de la joven, se enamoró perdidamente y ordenó a sus ministros que buscaran a la muchacha por todo el reino y la trajeran a su presencia. Varios días después, los soldados del rey encontraron a la joven y se la llevaron por la fuerza, sin atender los ruegos del marido y de ella, que clamaba que era una mujer casada. Una vez que fue llevada al palacio, el rey la tomó como su concubina y la cubrió de joyas y regalos. Pasaron los días y, a pesar de que el rey la prefería por sobre todas sus esposas, la joven no hacía más que suspirar. El rey, que no la había visto sonreír ni una sola vez, le dijo: “Querida mía, pídeme todo lo que desees. Haré cualquier cosa por ti con tal de verte sonreír.” La joven le pidió que la dejara dar un banquete para pordioseros durante tres meses y el rey se lo concedió.
Desde que se había abierto el banquete, llegaban al palacio pordioseros venidos de todo el reino y aún de lugares más lejanos. La joven los recibía uno a uno y los invitaba a comer hasta hartarse. La movía el deseo de encontrar a su marido, a quien no había olvidado. El último día de los tres meses, cuando estaba a punto de perder las esperanzas de reencontrarse con su marido, llegó un pordiosero cubierto de sucios harapos y un enorme sombrero de paja lleno de agujeros. Era su marido, a quien reconoció al instante y, de la alegría, esbozó una ancha sonrisa. Al verla así transfigurada y más bella que nunca, el rey le dijo: “Si tanta alegría te produce ver a ese andrajoso pordiosero, me pondré sus ropas.” Así, el rey le ordenó al hombre que se desvistiera y ambos se intercambiaron las ropas. La joven comenzó a reír y palmotear de felicidad y el rey se puso a bailar para hacerla reír aún más. En ese instante, la joven llamó a los guardias y les ordenó que echaran del palacio a ese pordiosero que no guardaba la compostura delante del rey. Los guardias se lo llevaron a pesar de sus clamores y a partir de ese día la bella e inteligente esposa caracol y su marido vestido con las ropas del rey, reinaron juntos con felicidad y sabiduría durante muchos años.
Este cuento refleja el deseo de la gente de campo de encontrar una mujer buena y hacendosa para casarse y crear una familia. Al mismo tiempo, revela resentimiento y desconfianza hacia los poderosos, que son capaces de romper la felicidad de los más débiles y pobres. Sin embargo, el final feliz de la historia, mediante el reencuentro de la pareja y el mendigo convertido en rey, procura una satisfacción sustitutoria que recompensa a la gente sencilla y pobre de las adversidades y dificultades de la vida diaria.
Tan enamorado estaba de su mujer que el hombre quería tenerla siempre a su lado, ya sea mientras trabajaba en el arrozal o en el monte cuando iba a hacer leña. Como esto no era posible, la esposa le hizo un retrato de sí misma para que pudiera llevarlo a todas partes. Un día el hombre subió a la cima del monte vecino para cortar leña. Como siempre, clavó el retrato de su mujer en el tronco de un árbol para contemplarla mientras trabajaba. De pronto, se levantó una tormenta y un viento muy fuerte arrancó el retrato del árbol y se lo llevó muy lejos. Transportado por los aires, el retrato voló hasta el jardín del palacio real y cayó a los pies del rey, quien estaba en esos momentos dando un paseo con su séquito. Cuando el rey recogió el retrato y vio el hermoso rostro de la joven, se enamoró perdidamente y ordenó a sus ministros que buscaran a la muchacha por todo el reino y la trajeran a su presencia. Varios días después, los soldados del rey encontraron a la joven y se la llevaron por la fuerza, sin atender los ruegos del marido y de ella, que clamaba que era una mujer casada. Una vez que fue llevada al palacio, el rey la tomó como su concubina y la cubrió de joyas y regalos. Pasaron los días y, a pesar de que el rey la prefería por sobre todas sus esposas, la joven no hacía más que suspirar. El rey, que no la había visto sonreír ni una sola vez, le dijo: “Querida mía, pídeme todo lo que desees. Haré cualquier cosa por ti con tal de verte sonreír.” La joven le pidió que la dejara dar un banquete para pordioseros durante tres meses y el rey se lo concedió.
Desde que se había abierto el banquete, llegaban al palacio pordioseros venidos de todo el reino y aún de lugares más lejanos. La joven los recibía uno a uno y los invitaba a comer hasta hartarse. La movía el deseo de encontrar a su marido, a quien no había olvidado. El último día de los tres meses, cuando estaba a punto de perder las esperanzas de reencontrarse con su marido, llegó un pordiosero cubierto de sucios harapos y un enorme sombrero de paja lleno de agujeros. Era su marido, a quien reconoció al instante y, de la alegría, esbozó una ancha sonrisa. Al verla así transfigurada y más bella que nunca, el rey le dijo: “Si tanta alegría te produce ver a ese andrajoso pordiosero, me pondré sus ropas.” Así, el rey le ordenó al hombre que se desvistiera y ambos se intercambiaron las ropas. La joven comenzó a reír y palmotear de felicidad y el rey se puso a bailar para hacerla reír aún más. En ese instante, la joven llamó a los guardias y les ordenó que echaran del palacio a ese pordiosero que no guardaba la compostura delante del rey. Los guardias se lo llevaron a pesar de sus clamores y a partir de ese día la bella e inteligente esposa caracol y su marido vestido con las ropas del rey, reinaron juntos con felicidad y sabiduría durante muchos años.
Este cuento refleja el deseo de la gente de campo de encontrar una mujer buena y hacendosa para casarse y crear una familia. Al mismo tiempo, revela resentimiento y desconfianza hacia los poderosos, que son capaces de romper la felicidad de los más débiles y pobres. Sin embargo, el final feliz de la historia, mediante el reencuentro de la pareja y el mendigo convertido en rey, procura una satisfacción sustitutoria que recompensa a la gente sencilla y pobre de las adversidades y dificultades de la vida diaria.
Fuente KBS WORLD
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