Hace algo más de 1400 años atrás, estaba en su apogeo el reino de Koguryo, que estaba ubicado en la mitad norte de la península coreana e incluía la actual región china de Manchuria. Fuera de las murallas de la capital del reino, vivía en la segunda mitad del siglo VI un joven que era conocido por todos como el “Tonto Ondal”. El apodo provenía de la fealdad de su rostro, que provocaba las risas y las burlas de los niños del pueblo. Como además era muy pobre, se vestía con harapos y andaba de casa en casa mendigando comida para alimentar a su madre ciega. Su aspecto y su vida de pordiosero eran conocidos por todo el mundo, incluso en el palacio real. Por eso, cada vez que la princesa Pyeong Gang, que era la menor de las hijas del rey y además su preferida, se ponía a llorar, su padre el rey solía amenazarla en broma: “Si no dejas de llorar, cuando seas grande te casaré con el Tonto Ondal”. Pasado los años, la princesa Pyeong Gang cumplió 16 años y su padre el rey eligió al noble más apuesto y de mayor confianza de su corte como consorte. Sin embargo, en lugar de obedecer y agradecer a su padre, la princesa Pyeong Gang le contestó: “De pequeña, vuestra merced solía decirme que mi futuro marido sería el Tonto Ondal. ¿Cómo es que ahora queréis casarme con otro hombre? La palabra de un rey es ley, por lo tanto debéis cumplirla. Yo no me casaré con otro hombre que no sea el Tonto Ondal.” El rey, airado por la impertinencia de su hija, la echó del palacio y le ordenó no volver nunca más.
La princesa Pyeong Gang se puso sus mejores joyas y se dirigió decidida a la casa del Tonto Ondal. Cuando el Tonto Ondal y su madre ciega supieron las intenciones de la princesa, se escandalizaron y quisieron obligarla a marcharse. Sin embargo, ella pasó toda la noche a la intemperie y al día siguiente volvió a rogarles que le permitieran quedarse, diciéndoles que no importaban las diferencias sociales si sus corazones estaban de acuerdo. Conmovido por el empeño de la princesa, el Tonto Ondal la aceptó como su mujer. Con las joyas que había llevado, la princesa compró tierras, enseres para la casa y hasta un caballo para su marido. Eligió un caballo de buena ascendencia que había sido abandonado por un noble porque estaba enfermo y lo alimentó y cuidó bien hasta que recuperó la salud. Esto no fue todo, enseñó a su marido a leer y a escribir y también a manejar las armas. Unos años después, la paciencia e inteligencia de la princesa habían convertido a su marido en un hombre culto y valiente que nada tenía que envidiar a los miembros de la aristocracia.
Todos los 3 de marzo, el rey y sus guerreros más valientes realizaban una cacería para ofrecer a los dioses el producto de la caza en una ceremonia ritual. Por consejo de su esposa, entre ellos se mezcló el Tonto Ondal, quien consiguió cazar ese día el jabalí más grande, gracias a la velocidad de su caballo y a su destreza con el arco y la flecha. Apreciando sus virtudes, el rey le permitió formar parte de sus generales. Al poco tiempo, se produjo una invasión del ejército chino en la frontera norte del reino. El rey envió al Tonto Ondal, quien con su bravura mató no sólo a cientos de los enemigos sino que también insufló valor en los demás hombres, por lo que los de Koguryo ganaron la batalla y los invasores tuvieron que retirarse. El Tonto Ondal fue recibido con honores por el rey, quien por fin lo reconoció como su yerno.
El Tonto Ondal y la princesa Pyeong Gang fueron felices por un tiempo en el palacio junto al rey, pero unos años después, el reino de Kokuryo fue asediado otra vez por fuerzas invasoras. Esta vez pertenecían a Shilla, un reino que estaba ubicado en la parte sureste de la península coreana y que pretendía unificar el país bajo su dominio. El Tonto Ondal partió con un numeroso ejército y defendió con valentía la fortaleza del monte Acha, donde mantuvo a raya a los enemigos. Sin embargo, en uno de los combates una flecha perdida lo alcanzó y lo mató. Sus hombres pusieron su cuerpo en un ataúd para transportarlo a la capital, pero la caja parecía atornillada al suelo y no se movía del lugar. Como todos los esfuerzos por levantarla resultaron vanos, hubo que llamar a la princesa Pyeong Gang. Cuando ésta llegó, puso una mano en el féretro y dijo en voz alta: “El vivir o morir no está en nuestras manos, así que descansa en paz, esposo mío.” Recién entonces y como arte de magia, el ataúd se despegó del suelo y los soldados pudieron llevarlo a la capital para ser enterrado con honores.
Cierta o no, desde entonces el Tonto Ondal ha quedado en la sabiduría popular como el hombre que desde la nada se encumbra hasta lo más alto gracias al apoyo de su mujer. Al mismo tiempo, la princesa Pyeong Gang es por antonomasia el nombre que se le da a una esposa inteligente que sabe aconsejar y guiar con sabiduría a su marido.
La princesa Pyeong Gang se puso sus mejores joyas y se dirigió decidida a la casa del Tonto Ondal. Cuando el Tonto Ondal y su madre ciega supieron las intenciones de la princesa, se escandalizaron y quisieron obligarla a marcharse. Sin embargo, ella pasó toda la noche a la intemperie y al día siguiente volvió a rogarles que le permitieran quedarse, diciéndoles que no importaban las diferencias sociales si sus corazones estaban de acuerdo. Conmovido por el empeño de la princesa, el Tonto Ondal la aceptó como su mujer. Con las joyas que había llevado, la princesa compró tierras, enseres para la casa y hasta un caballo para su marido. Eligió un caballo de buena ascendencia que había sido abandonado por un noble porque estaba enfermo y lo alimentó y cuidó bien hasta que recuperó la salud. Esto no fue todo, enseñó a su marido a leer y a escribir y también a manejar las armas. Unos años después, la paciencia e inteligencia de la princesa habían convertido a su marido en un hombre culto y valiente que nada tenía que envidiar a los miembros de la aristocracia.
Todos los 3 de marzo, el rey y sus guerreros más valientes realizaban una cacería para ofrecer a los dioses el producto de la caza en una ceremonia ritual. Por consejo de su esposa, entre ellos se mezcló el Tonto Ondal, quien consiguió cazar ese día el jabalí más grande, gracias a la velocidad de su caballo y a su destreza con el arco y la flecha. Apreciando sus virtudes, el rey le permitió formar parte de sus generales. Al poco tiempo, se produjo una invasión del ejército chino en la frontera norte del reino. El rey envió al Tonto Ondal, quien con su bravura mató no sólo a cientos de los enemigos sino que también insufló valor en los demás hombres, por lo que los de Koguryo ganaron la batalla y los invasores tuvieron que retirarse. El Tonto Ondal fue recibido con honores por el rey, quien por fin lo reconoció como su yerno.
El Tonto Ondal y la princesa Pyeong Gang fueron felices por un tiempo en el palacio junto al rey, pero unos años después, el reino de Kokuryo fue asediado otra vez por fuerzas invasoras. Esta vez pertenecían a Shilla, un reino que estaba ubicado en la parte sureste de la península coreana y que pretendía unificar el país bajo su dominio. El Tonto Ondal partió con un numeroso ejército y defendió con valentía la fortaleza del monte Acha, donde mantuvo a raya a los enemigos. Sin embargo, en uno de los combates una flecha perdida lo alcanzó y lo mató. Sus hombres pusieron su cuerpo en un ataúd para transportarlo a la capital, pero la caja parecía atornillada al suelo y no se movía del lugar. Como todos los esfuerzos por levantarla resultaron vanos, hubo que llamar a la princesa Pyeong Gang. Cuando ésta llegó, puso una mano en el féretro y dijo en voz alta: “El vivir o morir no está en nuestras manos, así que descansa en paz, esposo mío.” Recién entonces y como arte de magia, el ataúd se despegó del suelo y los soldados pudieron llevarlo a la capital para ser enterrado con honores.
Cierta o no, desde entonces el Tonto Ondal ha quedado en la sabiduría popular como el hombre que desde la nada se encumbra hasta lo más alto gracias al apoyo de su mujer. Al mismo tiempo, la princesa Pyeong Gang es por antonomasia el nombre que se le da a una esposa inteligente que sabe aconsejar y guiar con sabiduría a su marido.
Fuente KBS WORLD
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