Había una vez en la provincia de Pyeong-an, actual Corea del Norte, en los tiempos del gran rey Sejong, un funcionario de una pequeña aldea de apellido Bae. Él y su mujer conformaban un matrimonio muy bien avenido. Sus dos hijas, que se llamaban Jang Wha la mayor y Hong Ryon la menor, crecían recibiendo todo el amor y cariño de sus padres. La madre, sin embargo, que tenía una constitución muy débil, falleció al quedar embarazada de nuevo tardíamente. Como deseaba tener un hijo varón, el funcionario Bae volvió a tomar una segunda esposa. Su nueva mujer le dio tres hijos varones y este hecho hizo crecer cada vez más su prepotencia y dominio en la familia. Detestaba a las hijas del primer matrimonio de su marido, porque él las prefería y las consentía sobre sus otros hijos, y un día concibió el modo perfecto para deshacerse de ellas.
Una noche muy oscura, la madrastra salió de la casa y se dirigió al granero. Allí eligió una rata muy grande y luego de matarla a palos, la despellejó y le cortó la cola. Ensangrentado como estaba el bicho, lo colocó debajo de las mantas de Jang Wha, que dormía profundamente. A la mañana siguiente, Jang Wha se despertó con el contacto viscoso del animal en sus pies. Sus gritos congregaron a toda la familia. Cuando su padre vio esa masa de carne informe entre las sábanas, no pudo evitar pensar que era un feto que acababa de abortar su hija. Los ruegos y alegatos de inocencia de Jang Wha no sirvieron de nada. Había deshonrado a la familia y merecía el máximo castigo. El padre desterró a su hija mayor a la casa de sus abuelos maternos con la orden de no volver jamás ante su presencia.
En la casa de sus abuelos maternos, Jang Wha tampoco recibió consuelo, pues todos la señalaban con el dedo. Sus días transcurrían en soledad, a la orilla de un lago a donde iba todos los días a llorar sus desdichas. No satisfecha con esto, la madrastra decidió enviar a su hijo mayor a eliminar de una vez por todas a Jang Wha. La tarea fue fácil, pues sólo tuvo que empujar a Jang Wha al agua, puesto que el lago era un lugar solitario y nadie fue testigo de su crimen. Pero el dios celestial sí lo vio todo y, airado por la crueldades que se cometían contra las hermanas, envió un feroz tigre, que atacó al hijo de la madrastra en su camino de vuelta a casa y le arrancó de un mordisco las dos orejas, un brazo y una pierna, en señal de advertencia para que cesaran las injusticias contra ellas. Sin embargo, este hecho, en lugar de aplacarla, hizo crecer aún más el odio y la furia de la madrastra. Ésta se dirigió a Hong Ryon y le gritó con todo lujo de detalles cómo había urdido la trampa para deshonrar a Jang Wha y cómo su hijo acababa de ahogarla en el lago. Aterrorizada, Hong Ryon escapó de su casa y, después de vagar desesperada durante varios días, se dirigió al lago donde había muerto Jang Wha y se arrojó en sus aguas, para ir al encuentro de su hermana.
El funcionario Bae, dominado por su mujer, no sospechaba en lo más mínimo la terrible tragedia que se había desarrollado en su casa y sepultó en su corazón a sus dos hijas, que tanto lo habían decepcionado. Mientras tanto, las almas en pena de las dos hermanas vagaban por toda la aldea en busca de alguien que quisiera escuchar la verdad de lo sucedido. Sin embargo, antes de que pudieran siquiera contar su historia, la gente salía espantada ante el terrible aspecto de las ahogadas o se moría del susto. Los que más sufrían eran los gobernadores provinciales, que apenas duraban días en su puesto, pues las dos hermanas se dirigían continuamente a ellos en busca de justicia. Un buen día llegó un nuevo gobernador, con fama de valiente y aplomado. Aunque un escalofrío le recorrió la espalda, escuchó hasta el final la historia de las dos fantasmas. Viendo que habían sido víctimas de la maldad de su madrastra, castigó a ésta y a su hijo con la pena de muerte. A continuación, mandó rescatar los cuerpos de las dos hermanas ahogadas y les dio digna sepultura. Con el tiempo, el funcionario Bae volvió a casarse y en este tercer matrimonio tuvo dos hijas mellizas, que eran la reencarnación de las injustamente maltratadas Jang Wha y Hong Ryon. Pensando en sus antiguas hijas a las que no había protegido, el funcionario Bae las crió con todo esmero y las casó luego con un par de hermanos mellizos de la alta nobleza. Por fin, las dos hermanas vivieron felices y llenas de amor hasta el final de sus días.
Una noche muy oscura, la madrastra salió de la casa y se dirigió al granero. Allí eligió una rata muy grande y luego de matarla a palos, la despellejó y le cortó la cola. Ensangrentado como estaba el bicho, lo colocó debajo de las mantas de Jang Wha, que dormía profundamente. A la mañana siguiente, Jang Wha se despertó con el contacto viscoso del animal en sus pies. Sus gritos congregaron a toda la familia. Cuando su padre vio esa masa de carne informe entre las sábanas, no pudo evitar pensar que era un feto que acababa de abortar su hija. Los ruegos y alegatos de inocencia de Jang Wha no sirvieron de nada. Había deshonrado a la familia y merecía el máximo castigo. El padre desterró a su hija mayor a la casa de sus abuelos maternos con la orden de no volver jamás ante su presencia.
En la casa de sus abuelos maternos, Jang Wha tampoco recibió consuelo, pues todos la señalaban con el dedo. Sus días transcurrían en soledad, a la orilla de un lago a donde iba todos los días a llorar sus desdichas. No satisfecha con esto, la madrastra decidió enviar a su hijo mayor a eliminar de una vez por todas a Jang Wha. La tarea fue fácil, pues sólo tuvo que empujar a Jang Wha al agua, puesto que el lago era un lugar solitario y nadie fue testigo de su crimen. Pero el dios celestial sí lo vio todo y, airado por la crueldades que se cometían contra las hermanas, envió un feroz tigre, que atacó al hijo de la madrastra en su camino de vuelta a casa y le arrancó de un mordisco las dos orejas, un brazo y una pierna, en señal de advertencia para que cesaran las injusticias contra ellas. Sin embargo, este hecho, en lugar de aplacarla, hizo crecer aún más el odio y la furia de la madrastra. Ésta se dirigió a Hong Ryon y le gritó con todo lujo de detalles cómo había urdido la trampa para deshonrar a Jang Wha y cómo su hijo acababa de ahogarla en el lago. Aterrorizada, Hong Ryon escapó de su casa y, después de vagar desesperada durante varios días, se dirigió al lago donde había muerto Jang Wha y se arrojó en sus aguas, para ir al encuentro de su hermana.
El funcionario Bae, dominado por su mujer, no sospechaba en lo más mínimo la terrible tragedia que se había desarrollado en su casa y sepultó en su corazón a sus dos hijas, que tanto lo habían decepcionado. Mientras tanto, las almas en pena de las dos hermanas vagaban por toda la aldea en busca de alguien que quisiera escuchar la verdad de lo sucedido. Sin embargo, antes de que pudieran siquiera contar su historia, la gente salía espantada ante el terrible aspecto de las ahogadas o se moría del susto. Los que más sufrían eran los gobernadores provinciales, que apenas duraban días en su puesto, pues las dos hermanas se dirigían continuamente a ellos en busca de justicia. Un buen día llegó un nuevo gobernador, con fama de valiente y aplomado. Aunque un escalofrío le recorrió la espalda, escuchó hasta el final la historia de las dos fantasmas. Viendo que habían sido víctimas de la maldad de su madrastra, castigó a ésta y a su hijo con la pena de muerte. A continuación, mandó rescatar los cuerpos de las dos hermanas ahogadas y les dio digna sepultura. Con el tiempo, el funcionario Bae volvió a casarse y en este tercer matrimonio tuvo dos hijas mellizas, que eran la reencarnación de las injustamente maltratadas Jang Wha y Hong Ryon. Pensando en sus antiguas hijas a las que no había protegido, el funcionario Bae las crió con todo esmero y las casó luego con un par de hermanos mellizos de la alta nobleza. Por fin, las dos hermanas vivieron felices y llenas de amor hasta el final de sus días.
Fuente KBS WORLD
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