En un pueblito perdido de las montañas de Gangwondo, nació un niño muy robusto en el seno de una familia muy pobre. El niño se llamaba Uturi y era muy especial, pues no sólo era grande y fuerte sino que al cabo de cien días ya andaba de pie y hablaba por los codos. Un día su madre volvió de trabajar del campo dispuesta a darle el pecho, pero no lo encontró por ninguna parte. Al revisar con más cuidado la habitación, lo vio encaramado a una repisa muy alta. Preguntándose cómo podría haberse subido hasta ahí, lo bajó al suelo tomándolo de las axilas. Ahí fue cuando notó que le habían nacido alas al niño. Más que sorpresa, la madre se sintió descorazonada. Las cualidades prodigiosas de su hijo eran indicio de que estaba destinado a convertirse en un héroe del pueblo, cuando menos en un rey. Sin embargo, esto no era para alegrarse, porque cuando corrieran los rumores sobre sus dotes especiales, vendría el gobernante de turno y masacraría al niño y a toda la familia para eliminar a un posible competidor. Para evitar esta desgracia, la madre pensó que no había otra salida que matar a su hijo aplastándolo con la piedra de moler. Cuando el niño leyó esto en los ojos de su madre, le dijo: “Madre, no te preocupes. Antes de que ocurra algo malo, me iré de aquí. Sólo te pido que me prepares tres libras de mijo, tres arrobas de alforfón y tres atados de paja.” Cuando todo estuvo listo para su partida, Uturi se despidió de su madre dándole un trozo de papel. “Si sientes ganas de verme, ve a la orilla del mar y pega tres patadas en el suelo mostrando este papel”, diciendo esto Uturi se alejó para siempre de su hogar.
En esos años el famoso Lee Seong-kye acababa de fundar el reino de Joseon. Para consagrar la nueva dinastía real que se iniciaba con él, estaba recorriendo las montañas más importantes del reino para pedirles a los espíritus de la naturaleza que lo reconocieran como el nuevo rey. Ya había estado en el monte Baektu y Kumkang y ahora estaba preparando una mesa de ofrendas en el monte Jiri. Esa misma noche, un vendedor de sal estaba cruzando precisamente ese monte. Como se hizo muy tarde, se dispuso a pasar la noche en el interior del tronco de un árbol muy grande y viejo. Estaba durmiendo cuando lo despertaron unas voces muy agitadas. Eran los espíritus de los árboles, las rocas y los arroyos del monte Jiri, quienes volvían de visitar el altar con ofrendas que les había preparado Lee Seong-kye. Todos estaban indignados y se habían levantado sin probar un bocado porque habían visto una serpiente enroscada sobre el cuenco de arroz. Esto traducido al lenguaje de los seres humanos significaba que habían encontrado un pelo en el arroz ofrendado. Tan enfadados estaban que hablaban de negarle el permiso de fundar una nueva dinastía a Lee Seong-kye y de dárselo en su lugar a un tal Uturi. Al día siguiente, el vendedor de sal salió de su refugio dispuesto a encontrar al famoso Lee Seong-kye y contarle todo lo que había escuchado. Como era de esperarse, Lee Seong-kye recompensó al vendedor de sal con gran generosidad por la confidencia.
Desde aquel día Lee Seong-kye no descansó un solo momento buscando a Uturi, pues de eso dependía su futuro como rey. Un día por casualidad encontró a la madre de Uturi. Al principio la mujer aseguró contra viento y marea que su hijo había muerto, pero cuando Lee Seong-kye la tentó con joyas, sedas y monedas de oro, terminó confesándole la manera de encontrar a su hijo. Siguiendo las instrucciones, Lee Seong-kye fue a la orilla del mar, desplegó el trozo de papel que le dio la mujer y golpeó tres veces con el pie. De inmediato, las aguas se abrieron en dos y dejaron al descubierto una montaña. Lee Seong-kye y sus huestes revisaron centímetro por centímetro el monte, pero no encontraron rastros de Uturi. El único lugar donde podía estar era bajo las entrañas de la elevación y la entrada no podía ser otra que una gigantesca roca que sobresalía de una de las laderas. Sin embargo, todos los intentos de mover la roca fracasaron. Lee Seong-kye volvió entonces a hablar con la madre de Uturi y le preguntó si había pasado algo especial durante el nacimiento de su hijo. La mujer le contó entonces que no habían logrado cortar el cordón umbilical ni con tijeras ni cuchillos sino con un manojo de zarzas. Seguro de haber encontrado la clave, Lee Seong-kye golpeó la roca con una zarza y ésta se abrió de par en par como una puerta. Cuando la luz inundó las entrañas del monte, Uturi estaba con pie en la cabalgadura, a punto de subirse a su caballo. El mijo, el alforfón y la paja que le había dado su madre se habían convertido en miles de guerreros, armaduras y caballos. Si Uturi hubiera logrado subirse completamente a su caballo, le habría hecho frente a Lee Seong-kye y lo hubiera vencido con su poderoso ejército, pero por un segundo de diferencia, sólo había logrado poner un pie en el estribo, y por esta razón, Uturi y sus guerreros se hicieron humo en contacto con la luz. De este modo, Lee Seong-kye, eliminando al único que podía competir con él, se convirtió en el fundador de la dinastía Joseon.
Como habrán podido comprobar, esta historia refleja los deseos del pueblo de que aparezca un nuevo líder más justo y generoso que los guíe. Sin embargo, este sueño del pueblo siempre es frustrado por el gobernante de turno, que se encarga de eliminar todo posible desafío a su poder...
En esos años el famoso Lee Seong-kye acababa de fundar el reino de Joseon. Para consagrar la nueva dinastía real que se iniciaba con él, estaba recorriendo las montañas más importantes del reino para pedirles a los espíritus de la naturaleza que lo reconocieran como el nuevo rey. Ya había estado en el monte Baektu y Kumkang y ahora estaba preparando una mesa de ofrendas en el monte Jiri. Esa misma noche, un vendedor de sal estaba cruzando precisamente ese monte. Como se hizo muy tarde, se dispuso a pasar la noche en el interior del tronco de un árbol muy grande y viejo. Estaba durmiendo cuando lo despertaron unas voces muy agitadas. Eran los espíritus de los árboles, las rocas y los arroyos del monte Jiri, quienes volvían de visitar el altar con ofrendas que les había preparado Lee Seong-kye. Todos estaban indignados y se habían levantado sin probar un bocado porque habían visto una serpiente enroscada sobre el cuenco de arroz. Esto traducido al lenguaje de los seres humanos significaba que habían encontrado un pelo en el arroz ofrendado. Tan enfadados estaban que hablaban de negarle el permiso de fundar una nueva dinastía a Lee Seong-kye y de dárselo en su lugar a un tal Uturi. Al día siguiente, el vendedor de sal salió de su refugio dispuesto a encontrar al famoso Lee Seong-kye y contarle todo lo que había escuchado. Como era de esperarse, Lee Seong-kye recompensó al vendedor de sal con gran generosidad por la confidencia.
Desde aquel día Lee Seong-kye no descansó un solo momento buscando a Uturi, pues de eso dependía su futuro como rey. Un día por casualidad encontró a la madre de Uturi. Al principio la mujer aseguró contra viento y marea que su hijo había muerto, pero cuando Lee Seong-kye la tentó con joyas, sedas y monedas de oro, terminó confesándole la manera de encontrar a su hijo. Siguiendo las instrucciones, Lee Seong-kye fue a la orilla del mar, desplegó el trozo de papel que le dio la mujer y golpeó tres veces con el pie. De inmediato, las aguas se abrieron en dos y dejaron al descubierto una montaña. Lee Seong-kye y sus huestes revisaron centímetro por centímetro el monte, pero no encontraron rastros de Uturi. El único lugar donde podía estar era bajo las entrañas de la elevación y la entrada no podía ser otra que una gigantesca roca que sobresalía de una de las laderas. Sin embargo, todos los intentos de mover la roca fracasaron. Lee Seong-kye volvió entonces a hablar con la madre de Uturi y le preguntó si había pasado algo especial durante el nacimiento de su hijo. La mujer le contó entonces que no habían logrado cortar el cordón umbilical ni con tijeras ni cuchillos sino con un manojo de zarzas. Seguro de haber encontrado la clave, Lee Seong-kye golpeó la roca con una zarza y ésta se abrió de par en par como una puerta. Cuando la luz inundó las entrañas del monte, Uturi estaba con pie en la cabalgadura, a punto de subirse a su caballo. El mijo, el alforfón y la paja que le había dado su madre se habían convertido en miles de guerreros, armaduras y caballos. Si Uturi hubiera logrado subirse completamente a su caballo, le habría hecho frente a Lee Seong-kye y lo hubiera vencido con su poderoso ejército, pero por un segundo de diferencia, sólo había logrado poner un pie en el estribo, y por esta razón, Uturi y sus guerreros se hicieron humo en contacto con la luz. De este modo, Lee Seong-kye, eliminando al único que podía competir con él, se convirtió en el fundador de la dinastía Joseon.
Como habrán podido comprobar, esta historia refleja los deseos del pueblo de que aparezca un nuevo líder más justo y generoso que los guíe. Sin embargo, este sueño del pueblo siempre es frustrado por el gobernante de turno, que se encarga de eliminar todo posible desafío a su poder...
Fuente KBS WORLD
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