Hace mucho, pero mucho tiempo atrás, el dios del cielo tenía una preciosa hija llamada Chiknyo. La bondad de la muchacha no era menor que su hermosura, que era celebrada por los poetas del reino. Era la niña mimada de las hadas celestiales, que la acompañaban y atendían en todo momento. Cuando las hadas bajaban a la tierra a bañarse en lagos escondidos de la montaña a la luz de la luna, le contaban a los animales curiosos que se acercaban acerca de la bondad, la belleza y los muchos talentos de la princesa Chiknyo. Precisamente su nombre, que significa “señora del telar”, se debía a que Chiknyo sabía tejer con tal perfección y rapidez que nadía podía sobrepasarla en todo el universo.
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Chiknyo estaba en la flor de la edad y el dios del cielo se dispuso a encontrar el pretendiente más adecuado para su hija favorita. La elección recayó en Kyeonu, que significa “conductor de vacas” y era un joven apuesto, robusto y trabajador que vivía en una estrella, al otro lado de la Vía Láctea. Chiknyo y Kyeonu se enamoraron perdidamente cuando se conocieron y esperaron con ansias el día de la boda, que se llevó a cabo en un día cálido y florido de primavera. Sin embargo, después de la boda nada fue igual. La joven pareja estaba tan embebida en el idilio de su amor que sin darse cuenta descuidaban más y más sus quehaceres. Los jóvenes salían a disfrutar juntos del sol y el aire perfumado y no retornaban al palacio hasta el anochecer. Pronto el telar de Chiknyo se llenó de telarañas y las vacas de Kyeonu retozaban libremente por los prados sin que nadie las llevara a trabajar el campo. El dios del cielo comenzó a preocuparse. Al principio amonestó a los jóvenes enamorados con suavidad, pero luego, al cabo de un tiempo, al comprobar que seguían descuidando sus obligaciones, se enfadó terriblemente: “¡Os lo advertí repetidas veces, pero no habéis hecho caso! ¡Os merecéis un gran castigo! De ahora en adelante, estaréis separados en un extremo y otro de la galaxia y sólo estára permitido que os veáis una vez al año.”
A partir de ese fatídico día, los enamorados quedaron separados definitivamente. Sólo podían reencontrarse el 7 de julio del calendario lunar, pero la Vía Láctea, que era un ancho y caudaloso río, les impedía que pudieran siquiera abrazarse. Debían confirmarse con sentarse a uno y otro lado de la Vía Láctea y llorar desconsoladamente su desventura. Sus lágrimas hacían crecer las aguas del río, de modo que todos los años se producían terribles inundaciones para la fecha, que no dejaban árboles ni casas ni cultivos en pie. Preocupados, los animales se reunieron en el bosque para buscar una solución al problema. Tras muchas horas de discusión, llegaron a la conclusión de que para impedir que se desbordara el río debían evitar que lloraran Kyeonu y Chiknyo. Para ello era necesario encontrar la manera de que los amantes pudieran reencontrarse cara a cara. Finalmente, un animal muy despierto dio con la solución: las urracas, que eran aves fuertes y que podían volar alto, debían formar un puente para que los amantes pudieran cruzar el río. Desde entonces, el 7 de julio de todos los años, cientos de millones de urracas se muerden la cola unas a otras para formar un larguísimo puente sobre la Vía Láctea. Entonces los enamorados Kyeonu y Chiknyo cruzan corriendo el puente, al que la gente se ha dado en llamar Ochakyo o Puente de las Urracas, y se abrazan a mitad de camino llenos de felicidad por el reencuentro. Sus lágrimas de alegría, y luego de tristeza al separarse, son las lluvias que caen a finales del verano y que son tan necesarias para la cosecha. En esta época del año también, a las urracas se les caen las plumas de la cabeza y quedan calvas. ¿La razón? Que Kyeonu y Chiknyo las han pisado para cruzar la Vía Láctea y poder verse el 7 de julio...
Como ven, en Corea tenemos nuestro propio Día de los Enamorados: el 7 de julio del calendario lunar, que suele caer a fines del verano. Como se puede comprobar en este cuento, las leyendas populares coreanas no son sólo producto de la imaginación sino que reflejan de manera muy realista y racional aspectos de la vida cotidiana de la población.
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Chiknyo estaba en la flor de la edad y el dios del cielo se dispuso a encontrar el pretendiente más adecuado para su hija favorita. La elección recayó en Kyeonu, que significa “conductor de vacas” y era un joven apuesto, robusto y trabajador que vivía en una estrella, al otro lado de la Vía Láctea. Chiknyo y Kyeonu se enamoraron perdidamente cuando se conocieron y esperaron con ansias el día de la boda, que se llevó a cabo en un día cálido y florido de primavera. Sin embargo, después de la boda nada fue igual. La joven pareja estaba tan embebida en el idilio de su amor que sin darse cuenta descuidaban más y más sus quehaceres. Los jóvenes salían a disfrutar juntos del sol y el aire perfumado y no retornaban al palacio hasta el anochecer. Pronto el telar de Chiknyo se llenó de telarañas y las vacas de Kyeonu retozaban libremente por los prados sin que nadie las llevara a trabajar el campo. El dios del cielo comenzó a preocuparse. Al principio amonestó a los jóvenes enamorados con suavidad, pero luego, al cabo de un tiempo, al comprobar que seguían descuidando sus obligaciones, se enfadó terriblemente: “¡Os lo advertí repetidas veces, pero no habéis hecho caso! ¡Os merecéis un gran castigo! De ahora en adelante, estaréis separados en un extremo y otro de la galaxia y sólo estára permitido que os veáis una vez al año.”
A partir de ese fatídico día, los enamorados quedaron separados definitivamente. Sólo podían reencontrarse el 7 de julio del calendario lunar, pero la Vía Láctea, que era un ancho y caudaloso río, les impedía que pudieran siquiera abrazarse. Debían confirmarse con sentarse a uno y otro lado de la Vía Láctea y llorar desconsoladamente su desventura. Sus lágrimas hacían crecer las aguas del río, de modo que todos los años se producían terribles inundaciones para la fecha, que no dejaban árboles ni casas ni cultivos en pie. Preocupados, los animales se reunieron en el bosque para buscar una solución al problema. Tras muchas horas de discusión, llegaron a la conclusión de que para impedir que se desbordara el río debían evitar que lloraran Kyeonu y Chiknyo. Para ello era necesario encontrar la manera de que los amantes pudieran reencontrarse cara a cara. Finalmente, un animal muy despierto dio con la solución: las urracas, que eran aves fuertes y que podían volar alto, debían formar un puente para que los amantes pudieran cruzar el río. Desde entonces, el 7 de julio de todos los años, cientos de millones de urracas se muerden la cola unas a otras para formar un larguísimo puente sobre la Vía Láctea. Entonces los enamorados Kyeonu y Chiknyo cruzan corriendo el puente, al que la gente se ha dado en llamar Ochakyo o Puente de las Urracas, y se abrazan a mitad de camino llenos de felicidad por el reencuentro. Sus lágrimas de alegría, y luego de tristeza al separarse, son las lluvias que caen a finales del verano y que son tan necesarias para la cosecha. En esta época del año también, a las urracas se les caen las plumas de la cabeza y quedan calvas. ¿La razón? Que Kyeonu y Chiknyo las han pisado para cruzar la Vía Láctea y poder verse el 7 de julio...
Como ven, en Corea tenemos nuestro propio Día de los Enamorados: el 7 de julio del calendario lunar, que suele caer a fines del verano. Como se puede comprobar en este cuento, las leyendas populares coreanas no son sólo producto de la imaginación sino que reflejan de manera muy realista y racional aspectos de la vida cotidiana de la población.
Fuente KBS WORLD
eres muy buena escritora a mi tambien me gusta escribrir todo lo que mi mente imagina mi problema que solo se puede quedar en mi mente por q a la hora de escribir en papel se me va la historia
ResponderBorrarSuerte y felicidades por tu narrativa :)
Hola grace mery:
ResponderBorrarMuchas gracias por visitar el blog, pero tengo que aclararte que las hitorias que comparto no me pertenecen, las comparto para que conozcamos mas de la Cultura Coreana, son Cuentos y Leyendas que pertenecen a Corea especificamente, me da gusto que las disfrutes...