Había una vez un sirviente de una familia noble que se llamaba Wang Gul Chang Gul De, a quien todos llamaban Wangul para abreviar. Un día le ordenaron acompañar al señorito de la casa a Seúl, pues iba a rendir el examen nacional al que tenían derecho todos los nobles para convertirse en funcionarios del reino. El señorito iba a caballo y Wangul a pie tirando de las riendas. Después de mucho andar, el señorito sacó del morral una gran bola apretada de arroz y se dispuso a comer. Viendo que Wangul lo miraba con ojos hambrientos, le dijo: “Oye, los nobles no podemos aguantarnos el hambre, pero los sirvientes sí, así que espera a que lleguemos a Seúl.” Wangul no contestó nada, pero aprovechando que su amo se iba a hacer sus necesidades, se comió todo el arroz del morral y lo llenó con sus excrementos. Después de andar otro buen rato, al señorito le dio hambre y fue a sacar otra bola de arroz, pero se encontró con que estaba lleno de heces: “¿Qué ha pasado aquí?”, preguntó muy enfadado. Wangul le respondió con toda naturalidad: “¿No sabe, señorito, que cuando el arroz se pudre se convierte en caca?” El amo lo miró con desconfianza, pero le dio unas monedas para que fuera al pueblo más cercano y comprara un poco de pastel de arroz. Wangul cumplió la orden, pero pensando que de seguro el amo se lo comería él solo, manoseó el pastel con sus sucias manos durante todo el camino. Cuando el amo recibió el pastel de tan dudoso color, le preguntó que había pasado y Wangul respondió con toda naturalidad: “Es que me rasqué el pelo cuando venía y se me deben haber caído unos cuantos piojos en el pastel.” El señorito hizo cara de asco y se lo dio entero a Wangul para que se lo comiera. Después de andar otro buen rato, al amo le dio sed y mandó a Wangul a que comprara un poco de vino. Wangul se lo trajo revolviéndolo con el dedo meñique. “¿Por qué haces eso?”, le preguntó el amo con el ceño fruncido. “Es que se me cayó un poco de moco y estaba intentando sacarlo”, contestó Wangul. Al señorito le dieron arcadas del asco y le dio todo el vino a Wangul para que se lo tomara. Como no podía más del hambre, el amo se dirigió a una posada para cenar. Mientras el amo se llenaba el estómago con comida caliente, Wangul tuvo que quedarse afuera junto al caballo. Al rato pasó un leñador que llevaba una carga pesadísima de leña sobre sus espaldas y de la pena que le dio le regaló el caballo. Cuando el amo salió de la posada y se encontró con que su montura había desaparecido, se puso loco de furia y escribió en la espalda de Wangul: “Este maldito sirviente se comió toda la comida de su amo y hasta vendió su caballo. Matadlo a golpes en cuanto llegue”. A continuación le ordenó a Wangul que se volviera a casa.
Wangul se puso en camino con el presentimiento de que el mensaje que llevaba escrito sobre su espalda no decía nada bueno. Cruzando un monte, se encontró con un monje al que le pidió que se lo leyera. Cuando se enteró, le dijo llorando al monje: “Me comí la comida de mi amo porque me mataba de hambre y no vendí su caballo sino que se lo regalé a alguien que lo necesitaba de verdad.” El monje le creyó y, tras borrarle la primera carta, escribió encima: “Gracias a este sirviente aprobé el examen nacional. Casadlo con mi hermana y dadle un buen pedazo de tierra.” En efecto, en cuanto llegó a la casa, todo se cumplió como decía la orden escrita sobre su espalda y lo casaron con la hija de la familia. Sin embargo, no duró mucho esta buena vida. Unos meses después, volvió el señorito a casa y el engaño salió a la luz. Furiosos se abalanzaron todos sobre él y lo metieron en una bolsa. Después de descargar su ira moliéndolo a palos, lo tiraron de un precipicio muy alto a un lago muy profundo. Afortunadamente su caída fue frenada por una rama de árbol, de la que quedó colgando. Así estuvo durante horas, hasta que pasó por el lugar un vendedor de cacharros de bronce que cojía de un pie. Wangul dijo entonces en voz alta: “¡Sí que funciona esto de estar colgado en el aire! ¡Se me ha curado la pierna coja!” Cuando el mercader rengo escuchó esto, quiso meterse en la bolsa en lugar de Wangul, así que ambos intercambiaron sus lugares. Cuando Wangul se vio libre, cogió la carga de cacharros y se dirigió a la casa de sus amos. Allí, ante la mirada atónita de todos, les mostró la brillante vajilla de bronce y les dijo que en el fondo del lago había toneladas de bronce que valían un tesoro. Ciegos de codicia, los nobles de la casa se tiraron de cabeza al lago, en donde se ahogaron todos. Wangul se rió a carcajadas de todos ellos y se fue a un lugar muy lejos, donde comenzó una nueva vida.
Wangul se puso en camino con el presentimiento de que el mensaje que llevaba escrito sobre su espalda no decía nada bueno. Cruzando un monte, se encontró con un monje al que le pidió que se lo leyera. Cuando se enteró, le dijo llorando al monje: “Me comí la comida de mi amo porque me mataba de hambre y no vendí su caballo sino que se lo regalé a alguien que lo necesitaba de verdad.” El monje le creyó y, tras borrarle la primera carta, escribió encima: “Gracias a este sirviente aprobé el examen nacional. Casadlo con mi hermana y dadle un buen pedazo de tierra.” En efecto, en cuanto llegó a la casa, todo se cumplió como decía la orden escrita sobre su espalda y lo casaron con la hija de la familia. Sin embargo, no duró mucho esta buena vida. Unos meses después, volvió el señorito a casa y el engaño salió a la luz. Furiosos se abalanzaron todos sobre él y lo metieron en una bolsa. Después de descargar su ira moliéndolo a palos, lo tiraron de un precipicio muy alto a un lago muy profundo. Afortunadamente su caída fue frenada por una rama de árbol, de la que quedó colgando. Así estuvo durante horas, hasta que pasó por el lugar un vendedor de cacharros de bronce que cojía de un pie. Wangul dijo entonces en voz alta: “¡Sí que funciona esto de estar colgado en el aire! ¡Se me ha curado la pierna coja!” Cuando el mercader rengo escuchó esto, quiso meterse en la bolsa en lugar de Wangul, así que ambos intercambiaron sus lugares. Cuando Wangul se vio libre, cogió la carga de cacharros y se dirigió a la casa de sus amos. Allí, ante la mirada atónita de todos, les mostró la brillante vajilla de bronce y les dijo que en el fondo del lago había toneladas de bronce que valían un tesoro. Ciegos de codicia, los nobles de la casa se tiraron de cabeza al lago, en donde se ahogaron todos. Wangul se rió a carcajadas de todos ellos y se fue a un lugar muy lejos, donde comenzó una nueva vida.
Fuente KBS WORLD
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