Domi era un hombre honesto, leal y trabajador que vivía en el reino de Baekje, hace más de 1400 años atrás. Todos lo consideraban muy afortunado, pues tenía una esposa cuya hermosura era famosa en toda la comarca. Pero esta mujer no era sólo bella, también era todo un ejemplo de discreción, decoro y castidad, virtudes que no suelen ir junto a la belleza extrema. El matrimonio tenía tanta fama en la región que hasta el rey Keru de Baekje supo de la existencia de esta pareja. Tantas cosas escuchó sobre ellos que el rey sintió curiosidad, especialmente acerca de la notable belleza de la esposa, y decidió enviar a uno de sus nobles para que la espiara de cerca. A su vuelta, el noble no ahorró palabras para alabar la belleza de la mujer y esto aumentó más la curiosidad del rey. Un día decidió llamar al propio Domi a su palacio para conocer más sobre ellos. Después de conversar un buen rato con él, le dijo: “Aunque tu mujer sea virtuosa en grado máximo, según dicen todos, estoy seguro que un hombre, estando a solas con ella en un lugar apartado, podría quebrar su virtud con palabras dulces y engañosas.” Domi se quedó pensativo, pero enseguida le respondió sin titubear: “Es cierto que no es posible conocer a fondo el corazón de las personas, pero al menos sobre mi mujer puedo asegurar que se dejaría matar antes que engañarme.” Esta respuesta no fue del agrado del rey, quien decidió poner a prueba la virtud de la esposa de Domi. Para ello, retuvo al marido en el palacio en diversas tareas y, cuando se hizo de noche, se vistió ricamente y se dirigió a la casa de Domi acompañado de un sirviente.
Cuando llegaron a la casa de Domi, el rey se hizo anunciar primero a través del sirviente y luego se dejó conducir con toda majestuosidad al interior de la casa. La esposa de Domi estaba visiblemente perturbada y el rubor que se le había subido a sus mejillas aumentaba aún más su hermosura. El rey tuvo que contener su aliento ante tanta belleza, pero una vez repuesto, le dijo con la mayor naturalidad posible: “Hacía tiempo que deseaba conocerte y por eso hice llamar a tu marido al palacio. Entre los dos hicimos una apuesta, pero tu marido perdió. El premio eres tú y he venido aquí a cobrarlo con su aprobación. A partir de ahora serás una de mis mujeres.” Apenas se repuso del susto, la esposa de Domi le respondió con toda sumisión: “Siendo tú el rey, ¿cómo podría no obedecerte? Si me esperas en la recámara, iré una vez que me haya acicalado un poco”. Contento de comprobar lo fácilmente que se había rendido la virtud de la mujer, el rey se dirigió al dormitorio. La mujer de Domi eligió a una sirviente que tenía aproximadamente su talla y la introdujo en la habitación. Con la oscuridad, el rey no se dio cuenta de nada y durmió con la esclava.
Al día siguiente, con la luz de la mañana, el rey descubrió el engaño. Loco de furia al verse burlado tan ingenuamente, volvió al palacio y con sus propias manos le sacó los ojos a Domi. A continuación, ordenó que fuera subido a una barca sin remos y que fuera dejado a la deriva en el río. Hecho esto, mandó que trajeran a su mujer atada de manos ante su presencia. Cuando la tuvo ante sí, quiso violarla a la vista de toda la corte, pero la mujer de Domi se arrodilló y entre sollozos le dijo lo siguiente: “Sé que has desterrado del reino a mi marido. Ahora que estoy completamente sola, no me queda más remedio que pedirte que te apiades de mí y me brindes tu protección. En este momento estoy sucia y desarreglada. Deja que me bañe y me vista de manera adecuada para poder recibirte en mis brazos como merece tu dignidad.” Al escuchar sus palabras, el rey se tranquilizó y ordenó a sus sirvientes que la condujeran a una recámara. Sin embargo, poniendo en juego su vida, la mujer de Domi burló a la guardia palaciega y se escapó a todo correr hacia el río.
La mujer de Domi corrió y corrió siguiendo el curso del río. Cuando no pudo más, cayó exhausta y pidió al cielo con las últimas fuerzas que le quedaban que la ayudara. Fue entonces que divisó la barcaza en donde iba sin rumbo su marido ciego. Nadando llegó hasta ella y la pareja se reencontró, entre risas y lágrimas, en un cariñoso abrazo. La corriente los llevó hasta una isla que pertenecía al reino de Goguryo. Los isleños, al escuchar su historia, se apiadaron de ellos y les dejaron quedarse. Allí el matrimonio vivió pobre y oscuramente el resto de sus días hasta que los encontró la muerte.
Cuando llegaron a la casa de Domi, el rey se hizo anunciar primero a través del sirviente y luego se dejó conducir con toda majestuosidad al interior de la casa. La esposa de Domi estaba visiblemente perturbada y el rubor que se le había subido a sus mejillas aumentaba aún más su hermosura. El rey tuvo que contener su aliento ante tanta belleza, pero una vez repuesto, le dijo con la mayor naturalidad posible: “Hacía tiempo que deseaba conocerte y por eso hice llamar a tu marido al palacio. Entre los dos hicimos una apuesta, pero tu marido perdió. El premio eres tú y he venido aquí a cobrarlo con su aprobación. A partir de ahora serás una de mis mujeres.” Apenas se repuso del susto, la esposa de Domi le respondió con toda sumisión: “Siendo tú el rey, ¿cómo podría no obedecerte? Si me esperas en la recámara, iré una vez que me haya acicalado un poco”. Contento de comprobar lo fácilmente que se había rendido la virtud de la mujer, el rey se dirigió al dormitorio. La mujer de Domi eligió a una sirviente que tenía aproximadamente su talla y la introdujo en la habitación. Con la oscuridad, el rey no se dio cuenta de nada y durmió con la esclava.
Al día siguiente, con la luz de la mañana, el rey descubrió el engaño. Loco de furia al verse burlado tan ingenuamente, volvió al palacio y con sus propias manos le sacó los ojos a Domi. A continuación, ordenó que fuera subido a una barca sin remos y que fuera dejado a la deriva en el río. Hecho esto, mandó que trajeran a su mujer atada de manos ante su presencia. Cuando la tuvo ante sí, quiso violarla a la vista de toda la corte, pero la mujer de Domi se arrodilló y entre sollozos le dijo lo siguiente: “Sé que has desterrado del reino a mi marido. Ahora que estoy completamente sola, no me queda más remedio que pedirte que te apiades de mí y me brindes tu protección. En este momento estoy sucia y desarreglada. Deja que me bañe y me vista de manera adecuada para poder recibirte en mis brazos como merece tu dignidad.” Al escuchar sus palabras, el rey se tranquilizó y ordenó a sus sirvientes que la condujeran a una recámara. Sin embargo, poniendo en juego su vida, la mujer de Domi burló a la guardia palaciega y se escapó a todo correr hacia el río.
La mujer de Domi corrió y corrió siguiendo el curso del río. Cuando no pudo más, cayó exhausta y pidió al cielo con las últimas fuerzas que le quedaban que la ayudara. Fue entonces que divisó la barcaza en donde iba sin rumbo su marido ciego. Nadando llegó hasta ella y la pareja se reencontró, entre risas y lágrimas, en un cariñoso abrazo. La corriente los llevó hasta una isla que pertenecía al reino de Goguryo. Los isleños, al escuchar su historia, se apiadaron de ellos y les dejaron quedarse. Allí el matrimonio vivió pobre y oscuramente el resto de sus días hasta que los encontró la muerte.
Fuente KBS WORLD
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario!!!
FIGHTING^^!!!