Había una vez una pareja de ancianos que vivía en la costa, cerca del mar. El hombre se dedicaba a la pesca y la mujer atendía las tareas de la casa y cosía las redes. Sin embargo, a pesar de haber trabajado afanosamente toda su vida, eran muy pobres. Vivían en una choza destartalada, y aunque ellos mismos no tenían casi nada para llevarse a la boca, nunca dejaban que el perro y el gato que criaban, pasaran hambre. Un día como cualquier otro, el anciano salió de pesca y atrapó en sus redes una gigantesca carpa plateada, casi tan grande como un niño de cinco años. Pensando en lo que le darían en el mercado cuando la vendiera y en todas las cosas que podría comprar, el anciano se sintió muy feliz. Sin embargo, para su gran sorpresa, descubrió que la carpa lo miraba tristemente, derramando gruesas lágrimas de sus ojos. Compadecido de su mirada, la dejó marcharse, diciéndose así mismo: “Ya es suficiente buena fortuna el haber tenido la oportunidad de pescar una carpa tan grande”. Y aunque no había logrado pescar otra cosa, recogió sus redes y volvió a su casa.
Al día siguiente, muy temprano, el anciano volvió a salir de pesca en su viejo barco. Cuando llegó a alta mar, lo esperaba otra maravilla más sorprendente que el suceso del día anterior. Las aguas se abrieron y un joven hermoso salió de las profundidades. Haciendo una profunda reverencia, le dijo al anciano: “Soy la carpa a la que tú dejaste ir ayer. Éste es mi verdadero aspecto. Soy el príncipe de los mares y mi padre, el rey, quiere recompensarte por la generosidad que demostraste conmigo. Recibe este pequeño regalo.” El anciano, sin poder decir nada de la sorpresa, recibió en silencio el presente, que era una pequeña bola de color azul cobalto. Ese día tuvo la mejor pesca de su vida, y cuando volvió a su casa, grandes maravillas habían ocurrido. Su choza se había transformado en una hermosa casa de tejas y sus graneros estaban llenos de arroz y otros ricos alimentos. Los ancianos vivieron en la abundancia durante un buen tiempo, pero la fama de la pequeña bola azul cundió en boca de todos y muchos ambicionaban tenerla para sí.
Un día vino una mujer que vivía del otro lado del río y le pidió a la anciana el favor de mostrarle la bola azul. Como venía mucha gente a ver la maravillosa bola, la anciana accedió de buena gana. Sin embargo, en un descuido de la anciana, la mujer cambió la bola mágica por otra similar que había traído y rápidamente se la llevó a su casa. Al día siguiente, todo había desaparecido y los ancianos se encontraron tan pobres como antes. El perro y el gato decidieron entonces recuperar la bola azul para sus bondadosos dueños. Con la ayuda del olfato del perro, siguieron los rastros de la malvada mujer. Cuando llegaron al río, como al gato no le gustaba el agua, se montó en el lomo del perro y así cruzaron al otro lado. La casa de la ladrona la encontraron fácilmente, porque se había transformado en un palacete como el que habían disfrutado sus dueños. El gato, por ser rápido y sigiloso, se escurrió al interior del armario del dormitorio principal, donde en su interior, bien escondida, encontró la bola azul. Perro y gato escaparon rápidamente y cruzaron el río. Mientras nadaban, el perro le preguntó al gato si tenía bien agarrada la bola entre sus dientes, pero al querer contestarle, la bola se le cayó de la boca al gato. Los animales comenzaron a echarse la culpa de lo ocurrido, y finalmente el perro, cansado de tantos trotes, volvió a la casa de sus dueños. El gato, en cambio, se quedó todo el día esperando en la orilla del río. Como tenía mucha hambre, cazó un pez con sus zarpas y comenzó a devorarlo. En sus entrañas encontró -¡vaya casualidad!- la mágica bola azul. Contentísimo, volvió con el tesoro a su casa y lo depositó a los pies de los ancianos, quienes recobraron así toda su fortuna. A partir de ese día, como recompensa, al gato se le permitió andar libremente por el interior de la casa y dormir donde quisiera. El perro, en cambio, fue atado en el patio y no se le permitió volver a poner sus patas dentro de la casa de sus dueños.
Al día siguiente, muy temprano, el anciano volvió a salir de pesca en su viejo barco. Cuando llegó a alta mar, lo esperaba otra maravilla más sorprendente que el suceso del día anterior. Las aguas se abrieron y un joven hermoso salió de las profundidades. Haciendo una profunda reverencia, le dijo al anciano: “Soy la carpa a la que tú dejaste ir ayer. Éste es mi verdadero aspecto. Soy el príncipe de los mares y mi padre, el rey, quiere recompensarte por la generosidad que demostraste conmigo. Recibe este pequeño regalo.” El anciano, sin poder decir nada de la sorpresa, recibió en silencio el presente, que era una pequeña bola de color azul cobalto. Ese día tuvo la mejor pesca de su vida, y cuando volvió a su casa, grandes maravillas habían ocurrido. Su choza se había transformado en una hermosa casa de tejas y sus graneros estaban llenos de arroz y otros ricos alimentos. Los ancianos vivieron en la abundancia durante un buen tiempo, pero la fama de la pequeña bola azul cundió en boca de todos y muchos ambicionaban tenerla para sí.
Un día vino una mujer que vivía del otro lado del río y le pidió a la anciana el favor de mostrarle la bola azul. Como venía mucha gente a ver la maravillosa bola, la anciana accedió de buena gana. Sin embargo, en un descuido de la anciana, la mujer cambió la bola mágica por otra similar que había traído y rápidamente se la llevó a su casa. Al día siguiente, todo había desaparecido y los ancianos se encontraron tan pobres como antes. El perro y el gato decidieron entonces recuperar la bola azul para sus bondadosos dueños. Con la ayuda del olfato del perro, siguieron los rastros de la malvada mujer. Cuando llegaron al río, como al gato no le gustaba el agua, se montó en el lomo del perro y así cruzaron al otro lado. La casa de la ladrona la encontraron fácilmente, porque se había transformado en un palacete como el que habían disfrutado sus dueños. El gato, por ser rápido y sigiloso, se escurrió al interior del armario del dormitorio principal, donde en su interior, bien escondida, encontró la bola azul. Perro y gato escaparon rápidamente y cruzaron el río. Mientras nadaban, el perro le preguntó al gato si tenía bien agarrada la bola entre sus dientes, pero al querer contestarle, la bola se le cayó de la boca al gato. Los animales comenzaron a echarse la culpa de lo ocurrido, y finalmente el perro, cansado de tantos trotes, volvió a la casa de sus dueños. El gato, en cambio, se quedó todo el día esperando en la orilla del río. Como tenía mucha hambre, cazó un pez con sus zarpas y comenzó a devorarlo. En sus entrañas encontró -¡vaya casualidad!- la mágica bola azul. Contentísimo, volvió con el tesoro a su casa y lo depositó a los pies de los ancianos, quienes recobraron así toda su fortuna. A partir de ese día, como recompensa, al gato se le permitió andar libremente por el interior de la casa y dormir donde quisiera. El perro, en cambio, fue atado en el patio y no se le permitió volver a poner sus patas dentro de la casa de sus dueños.
Fuente KBS WORLD
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario!!!
FIGHTING^^!!!