Había una vez un noble pobre que vivía con su mujer en una casa muy  humilde del pueblo. Vivían muy frugalmente y sin quejarse, pero lo que  les dolía más que la estrechez económica era el no tener hijos, a pesar  de que ya acercaban a los cincuenta años. Una noche muy fría de  invierno, afuera nevaba muy fuerte y soplaba un viento hiriente como un  cuchillo. En la casa, la pareja se había acostado temprano y charlaba en  voz baja. El noble, tomando la mano de su esposa debajo de las semanas,  le dijo: “Pérdoname, mujer, en todos estos años de casados te he dado  sólo una vida de privaciones y sufrimientos”. La mujer, conmovida, le  contestó: “No digas eso. Soy feliz a tu lado y lo que lamento con toda  mi alma es el no haberte podido dar un hijo. Otro marido me hubiera  abandonado o tomado una concubina, pero tú me has sido fiel. Yo soy la  que te tengo que dar las gracias y la que tiene que pedirte perdón.”  Diciéndose estas cosas, estaban a punto de dormirse, cuando escucharon  que alguien pedía auxilio con voz desfalleciente frente a la casa. El  noble se levantó preguntándose quién podía ser a esas horas y abrió la  puerta. Se encontró con un pordiosero sucio y harapiento, con una melena  y barba de varios meses, que tiritaba de frío bajo el temporal de  nieve. A pesar del aspecto desastrado del hombre, lo invitó a pasar y lo  sentó en el rincón más caliente de la habitación. Viéndolo bajo la  claridad de la luz de la lámpara de aceite, descubrió que tenía la cara  cubierta de pústulas debido a la lepra. Sin cuidarse de ello, le ordenó a  su mujer que fuera a la cocina y le preparara al huésped una cena  caliente con arroz recién hecho. Apenas les quedaba suficiente arroz  para no morirse de hambre durante el invierno, así que a la mujer del  noble no le agradó nada la llegada intempestiva del sucio pordiosero,  pero obedeció a su marido sin poner mala cara ni decir una sola palabra.  Cuando llegó la mesa con la cena, el sucio pordiosero se lo comió todo  de un santiamén y les agradeció la comida con buenas palabras. Una vez  que la mujer del noble retiró la mesa, el pordiosero le preguntó a su  anfitrión si podía darse un baño, pues se le habían reventado las  pústulas del cuerpo y se le pegaban a la ropa. El noble sabía que apenas  tenían leña suficiente para pasar el invierno, pero compadecido del  pordiosero, le contestó que no había ningún problema y ordenó a su mujer  que calentara agua para llenar la bañera. Como si esto fuera poco, el  pordiosero le pidió al noble que le enjabonara la espalda, que estaba  llena de pústulas sanguinolentas. Aunque le dio un poco de asco, el  noble le enjabonó con cuidado la espalda y se la enjuagó con agua  limpia. Luego lo dejó solo para que terminara de bañarse y se fue a  echar leña al fuego para calentar el cuarto de huéspedes. Sin embargo,  pasó el tiempo y el pordiosero no apareció. Extrañado, el noble fue a  ver, pero no encontró rastros de su huésped. Había desaparecido tan  intempestivamente como había llegado. Al noble y a su mujer les pareció  muy raro lo ocurrido, pero como no había nada que hacer al respecto, se  fueron a dormir sin más. 
Al día siguiente se levantaron y mientras tomaban la comida del desayuno, comentaron lo ocurrido en la víspera y también lo que habían soñado durante la noche. Cosa extrañísima, el noble y su mujer habían tenido exactamente el mismo sueño. Alguien golpeaba la puerta en medio de la borrasca, tal como lo había hecho el sucio pordiosero, pero cuando abrían la puerta, se encontraban con un anciano de aspecto bondadoso y venerable, con los cabellos y la barba blancas. Sin entrar a la casa, les agradecía el que hubieran salvado una vida humana de morir en el frío y en agradecimiento les daba unas instrucciones para que pudieran tener un hijo varón que continuara el linaje. Dicho esto, les daba la espalda y se alejaba lentamente. Sorprendidos e intrigados por todo lo ocurrido, sin saber si creer o no en el sueño que habían tenido, cumplieron las indicaciones del anciano. Al mes siguiente, cosa maravillosa, la mujer del noble comenzó a tener los síntomas de un embarazo y al cabo de nueve meses dio a luz a un precioso y saludable bebé varón. El niño creció fuerte y sano, siendo la alegría y la esperanza de sus padres. Era tan inteligente que aprobó el examen nacional de funcionarios cuando sólo tenía quince años, regalándoles a sus progenitores una vida abundante y libre de preocupaciones en los últimos años de su vejez.
Al día siguiente se levantaron y mientras tomaban la comida del desayuno, comentaron lo ocurrido en la víspera y también lo que habían soñado durante la noche. Cosa extrañísima, el noble y su mujer habían tenido exactamente el mismo sueño. Alguien golpeaba la puerta en medio de la borrasca, tal como lo había hecho el sucio pordiosero, pero cuando abrían la puerta, se encontraban con un anciano de aspecto bondadoso y venerable, con los cabellos y la barba blancas. Sin entrar a la casa, les agradecía el que hubieran salvado una vida humana de morir en el frío y en agradecimiento les daba unas instrucciones para que pudieran tener un hijo varón que continuara el linaje. Dicho esto, les daba la espalda y se alejaba lentamente. Sorprendidos e intrigados por todo lo ocurrido, sin saber si creer o no en el sueño que habían tenido, cumplieron las indicaciones del anciano. Al mes siguiente, cosa maravillosa, la mujer del noble comenzó a tener los síntomas de un embarazo y al cabo de nueve meses dio a luz a un precioso y saludable bebé varón. El niño creció fuerte y sano, siendo la alegría y la esperanza de sus padres. Era tan inteligente que aprobó el examen nacional de funcionarios cuando sólo tenía quince años, regalándoles a sus progenitores una vida abundante y libre de preocupaciones en los últimos años de su vejez.
 Fuente KBS WORLD 
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